jueves, octubre 20

Un Fin del Mundo

Escribir bajo el hielo, tal vez. O bajo las mareas sólidas de los témpanos: sólo el ligero rugido de los glaciares deslizándose sobre mi cabeza, amurallado en mi cárcel de vidrio. ¿Qué se pretende del roce del alma?: ¿la ensoñación de los ángeles? Esto es más difícil de lo que parecía (los trayectos por el sur son largos y necesito una carpa igloo; estar dependiendo de la necesidad, de la improvisación.) Sin lugar a dudas, mis dudas me sumen en la desesperación. De aquí se observa una cúpula como un puñal erguido, una tensión muda hacia el cielo silente y esponjoso. Si hay algún descubrimiento que haya perjudicado nuestros sentimientos trascendentes, es aquel que llenó el vacío con la materia. Los gases etéreos comprimiendo las esferas, el juego articulado e incognocible del movimiento infinito de los astros. El vagar sin más límite que la propia muerte, hacia las estrellas muertas, de luz ambiguamente antigua.

Es ésta la tristeza de los viajes. El vagar en pos del último rincón dónde nos espera el término de todo viaje y de toda promesa. Y encima, uno debe desplegar mapas y recomendaciones, a fin de poder elegir en nuestro azaroso destino, los paisajes más radiantes a nuestra oscuridad que los va tragando en sus ópticas blindadas.
Porque cada uno de nosotros es un fin del mundo: autónomo, equidistante y equipotencial.

Un zurear de ave atardecida quiebra el silencio; también, de tanto en tanto, el accionar electromagnético de la puerta de entrada, para dejar ingresar un nuevo compañero de extranjería visitante. This is the World. Nuestras agonías entredichas, bisbiseando quedamente entre los intersticios de nuestras lenguas mutiladas. "¿Dónde está la belleza para que la sienta en mis rodillas?"

Pronto prepararé mis cosas para darme una ducha. Aquí en el patio del Albergue Estudiantil, este cielo tan distinto (a sabiendas de que es un cielo cortado por la Cordillera de los Andes) se enfría delicadamente hasta entumecer mi sonrisa triste de quién comprende una situación absurda. Me gusta escribir mientras la luz va cediendo a la Noche. Todo se va aligerando, casi transparentando. Todo se diluye en la inconsistencia de lo visible. ¿Es esto real?

A veces, necesitado de anclar los fantasmas que vemos y sentimos, los catalizamos en la escritura. Agujas dulces y dolorosas, crujiendo los caparazones y espolvoreándose con el pigmento pulviscular de las alas de mariposa. ¿Cuál es nuestra diversión? Sacar fotos, decir que Chile existe y se aprieta entre montañas y el océano. Esta confabulación internacional que me ha llamado a darle vida. En el momento que el avión hacia la maniobra de aproximación, trasvasando maravillosamente las montañas, me dije que había descubierto y fundado Chile. Que todos esos presupuestos, visiones relampagueantes, citas literarias y lingüiscentes, habían confluido en esta visión: Santiago de Chile; con la Alameda surcada por colectivos amarillos, este canto atropellado en la voz, la blanda insistencia de lo colonial: antiguo y derruido.

1 comentario:

Carroll's dijo...

El viaje permite inevitablemente el reencuentro con esa parte de uno olvidada. el contacto con el otro y con la naturaleza son dos poros gigantes que se abren en el cuerpo. el entretenimiento de la foto, después se convierte en un nuevo viaje. uno es otro cuando ¿vuelve?; hay una parte de mi en cada lugar que visité; hay algo de ellos y de su gente en mí. espero que tu mochila se llene de noches y de lunas, de montañas y de espejos.