sábado, diciembre 31

Vitreaux

Es del todo inútil esta contemplación.
Arrojar al viento los pecios de mi naufragio. Mi continuo e invisible naufragar. Aquí, escribiendo casi sin meditaciones que se armen de una coraza de sentido; aquí, entre el arrullo del viento en las campanas del estío; aquí, en el parque del fondo de casa, deambulantes Dasha y Chungui, hociqueando la promesa de la pólvora, la irrupción futura de una cadena de minúsculas estrellas: rojos artificios flameantes. La parra de vides serenas, los pinos balanceándose como espigas frondosas; mi familia, las prisas y preparaciones de una cena de fin de año.
El Fin.
El Año.
¿Es que las palabras son copas vacías, tintineantes con sed de vino de sentido? O emborracharse con su crueldad borravino, o destrozar la cristalería vacía. Los astros esta noche, querrán contarnos sus silenciosos villancicos. ¿Estaré atento? ¿Estaré sediento, y mi cuerpo tendido como una antena? ¿O descoyunturado, a fuerza de intentar escuchar la cajita de música del año? A punto de quebrarse, como un rito vencido.
El Fin.
La Ceremonia.
El juego desarticula la memoria la literatura acaso aspira a decir lo que en un cuerpo vaciado se espera encontrar. El suspiro del alma. La ceremonia del adiós (un año más baja como las horas, spinetta y bach), concierta las miradas y también las desvía de ese punto oscuro donde aguarda el morir, la agonía.
Llenar la casa de música estridente, apagar las luces del canto de las estrellas: las sirenas.
Quisiera hablar de los personajes que atirantan de mí; quiero poblarme del decir de los otros; quiero entibiarme bajo las miradas en flor; quiero el zumbar de las oraciones, el corrosivo dominio del beber de la fuente herbosa. Sentir, como el navegante pánico, la tirantez de las fuerzas que trazan las tormentas. Ser puro animal, salvaje, dominador del dolor. Saltar en espasmódicos saltos los tejados, oler las profundidades del sentido, bucear el sin sentido y volver indemne de mis combates con Dios. Y en un lapso, tan breve como el suspiro, escribir los años, la gente, los amores como un faro girandulamentebrillar.
Todo se multiplica, se apila como cubiertos y porcelana sucia para lavar. ¿Lavar qué? ¿Lavar cómo?
Un pétalo rosado sobre la tapa de mi cuaderno marrón, más allá mi padre sentado, tal vez disimulando un temor ante el hijo meditabundo, melancólico y pelotudo (esto lo digo yo.) Como rayos esbozados, enlazar los objetos y los actuantes; tejer una línea histórica y ofrecerla a la devoción de la épica. Luego viene las horas y las corta con tijeras herrumbradas.
Hay algo cierto (al menos en este tiempo), el dolor hay que disolverlo en el agua. Hay dolor en los movimientos más minúsculos (el agitarse de los cabellos, la serenidad y transparencia que crece a nuestro alrededor.)
Papá no puede mantenerse en la quietud de la contemplación. Ya siente que el dolor lo paraliza (también, maldito, se instaura en la inmovilidad), se levanta como en un espasmo, toma una escalera y se prepara a reparar el farol del patio. Pretende la luz expandirse en su vacío, su promesa de alejar la materia obscura que crece en derredor. La familia debe mantenerse dentro de la calidez de la luz. Y afuera, la noche, las promesas y temores convidados, las estrellas palpitando entre inmensidades de tenebro negror.
Lentamente, la noche última del año se va apagando; los perfiles de las cosas se van diseminando en esta materia fluídica de la invisibilidad. Creo, por un momento, diluir mis pensamientos y pesares en su insubstancialidad. El farol promete prenderse, como el germen de una voz amorosa.
El Farol.
La luz.
El fin.
La contemplación que se apaga, la materia oscura ahogando el farol, la luz pringosa queriendo existir las cosas, las copas tintineantes, los fuegos de artificio como manotazos de ahogado, la luz extinta, el vino tinto, el tintinear de los cristales, la fragilidad, la transparencia, la invisibilidad, la no-contemplación, el pensamiento oculto bisbiseando, la escalera que se estira al farol, la luz, la luz, la oscuridad entorno, la oscuridad; el fin es mi principio; mi principio es el fin.
Las fiestas (sus fragmentos) se prendieron en la oscuridad.
Esperar un nuevo año, subir los peldaños y encender el farol (para que entre tanta oscuridad, “alguien” nos vea y se nos acerque, convidado de vidrio, chinchín y el sol.)

martes, diciembre 27

Dos reflexiones dispersivas sobre los Efectos del Cine

1.
¿Existe una estética del video clip?
Supongo que primero habría que hacer una ajustada definición de qué se entiende por "video-clip". Diría que se comporta como una unidad mínima mass-mediática que agrupa en forma indisoluble música (ritmo) e imagen. Aún cuando la imagen narre una historia, está se verá fragmentada (reducida metonímicamente) merced al ritmo. Imágenes lánguidas y largas en ritmos bolerísticos; imágenes relampagueantes y dinámicas en ritmos rockeros. Obviamente, que el "video-clip" (y aquí sí podrías hablar de una "estética") influyó especialmente en el cine, pero principalmente en la propaganda (ya no es el jingle pegadizo que venía de la radio sin disolverse con la imagen, puesto que debe constituir parte del video y no ser necesariamente una "marca" cantada como lo era el jingle. Recuerdo esa propaganda hecha con trozos de canciones de rock nacional que salió hace un buen tiempo, en la cual cada personaje cantaba la letra según lo que quería decir.)

En el cine, basta con pensar en la famosa escena de "Titanic"; en las escenas dinámicas de "Matrix" (una buena pelea sólo puede darse con la música: especialmente cuando quedan suspendidos en el aire en medio de un salto, la música se arrastra, hasta que vuelve a ponerse en movimiento.) Hay que pensar que muchos de los nuevos cineastas comenzaron haciendo videos, y luego pasaron a formatos más amplios, pero llevaron en ellos una dinámica del video que terminó por modificar la estética del cine.

2.
El remake de King Kong no es más que la reactualización tecnológica de los efectos cinematográficos. El problema no es cómo se vuelve a contar una historia antigua, sino, cómo volver a maravillar nuestro sentido de la verosimilitud visual. Viendo la película anterior, con Jessica Lange, el mono parece el amigo dunga-dunga del Temerario (o el muñeco articulado Joe, creo que así se llamaba, de su versión posterior.) Y si nos remontamos a la película original: ese conjunto de pelusas negras sobre una torre de juguete, manoteando como un robot descompuesto los biplanos que lo circunvuelan tensados de sus piolines invisibles; el efecto de extrañeza visual, la incomodidad al borde de la risa, terminan por eclipsar el argumento de la historia misma.

Entonces, sobre una línea de tiempo, puedo establecer tres puntos de reactualización tecnológica, para que la historia funcione. Tres coordenadas en el tiempo que definen y mejoran nuestra forma de percibir una representación para que ésta se vea imbuida de cierta realidad sorprendente. De la misma manera, que ciertas culturas indígenas no captaban un dibujo en perspectiva sino como la trama "abstracta" y geométrica de un tapiz (no ven la escalera.), la película anterior se vuelve obsoleta, menos "civilizada."

Es curioso también, ver cómo esa historia antigua de lo monstruoso y salvaje irrumpiendo en la ciudad, deriva a través de las formas y los efectos: por un lado la serie de los Kong, por otro el de los Tiranosaurius (los King y los Rex.) En la primera serie estarían las dos primeras versiones comentadas; en la segunda: "El Mundo Perdido", "Jurasik Park" y "Godzilla". Sin embargo, en la última película de King Kong, ambas series se cruzan: dinosaurios y gorilas gigantes. Siempre la apuesta debe ser más alta que la anterior (dado que la historia está impresa como un logo kitch en nuestro imaginario visual), y los nuevos paradigmas científicos deben estar representados argumentalmente en ellas para sustentar el efecto hiperrealista de la verosimilitud cinematográfica.

sábado, diciembre 17

A los posibles sorprendidos

Por fin cambié el template de "Dural".

Es posible que siga haciendo algunas modificaciones. La más importante es la carátula, cuyo diseño gráfico pertenece a mi hermana menor. Como verán, aúna dos aspectos de mi universo mental: la ingeniería aeronáutica y las letras. En el márgen izquierdo, asoma lo que creo es un beechcraft: avión sobre el que trabajé en el taller del secundario. En el derecho, aparece sesgado un manuscrito que no es el mío, pero que bien podría ser el de ustedes. Dural es la abreviatura comercial del Duraluminio, un aleación que ha sido muy utilizada en los aviones por su buena relación peso/resistencia.

Por otro lado, reemplacé en mi Perfil el nickname completo por mi nombre (¿verdadero?) Aún así, seguiré firmando como "acteon", ya que sigue siendo un concepto y un vector de fuerza identificatorio en el medio electrónico. Como verán, mi nombre real y el virtual siguen siendo el de un anónimo, lejos de la academia y de los mass media.

A pesar de las posibles confusiones y divergencias, hay una huella en la escritura que difícilmente cambia, por más facilidades que tengamos en el arte de la falsificación o la impostación, y creo que la mía fluctua con su fosforescencia habitual.

Cualquier queja que tengan al respecto, será debidamente recibida y atendida en la administración correspondiente.-

Muchas gracias.-

viernes, diciembre 16

J. Rulfo refuta el profético anuncio de R. Ferro

Roberto Ferro, el derridiano crítico de la literatura latinoamericana, había lanzado ya hace una año atrás, su profecía académica: "MONOGATARI será el próximo premio Juan Rulfo para Cuento."
Hoy, la publicación de los resultados en la página de la entidad que lo organiza a través de Radio Francia Internacional, muestra esa clara refutación.
Después de todo, entre 5946 cuentos armados de dientes, garras y picas, imagino a mi pequeño cuento inmerso en una atmósfera asfixiante de selección darwiniana, donde las marcas proféticas (su triple 6 esperanzado) no le han servido más que para cruzar el mar.
Bueno, otra vez será. . .
y otra, y otra, y otra. . .

[Pienso que tal vez marquetiniando con las derrotas, exhorcise los demonios de la mudez y la ilegibilidad. ¿Por qué cada tanto, uno vuelve a caer en las fuerzas extrañas, en el pensamiento mágico? Ya pasé por dos cenas de fin de año, y mi número no sacó el DVD, o la TV de pantalla plana, o siquiera, el ventilador de mesa o la batidora manual(?) Encima me sacaron plata para el Gordo de Navidad, midiosmi!]

sábado, diciembre 10

Coda a "Escribir en el sueño"

La imposibilidad de transcribir o contar un sueño, es la espantosa necesidad de adecuarlo a un lenguaje; y aún cuando pueda existir un hilo conductor, una trama fina que los hilvane con presteza, basta la presencia de un "objeto indecible" sobre una repisa de un cuarto del sueño, para que se desvanezca esa precisión; basta la interacción entre el sujeto y ese objeto, para sumirnos en la más penosa insatisfacción: la deseada le arrebata el rostro de un indecible; un gesto imposible de ver, que nos devuelve al velar de un hecho impronunciable que "nunca" acontecerá de este lado: del de la vigilia.

domingo, diciembre 4

Un domingo en Kapput

Ayer, sábado por la mañana, escribí un post para Kapput dominical, luego de haber recibido su amable invitación.El centro de gravedad del texto, además de la pregunta heráldica que lo dispara, es un sueño extraño y muy preciso que tuve hace mucho tiempo. Mi post, comienza así:

A medida que se acerca el fin de año, tendemos a hacernos ciertos replanteos: inquietudes que como sueños persistentes, asumen la forma simple y antigua de una pregunta. Y esta pregunta la he visto surgir en varios lugares y tiempos de la red, fantasmática y siempre apartada como una molestia visual y nocturna. “¿Para qué escribir?”

Una de esas tantas preguntas antiguas, un arcano, como esos bellos escudos heráldicos que aúnan en una familia maldita: los nombres de Benjamin, Barthes, Blanchot (triple B perspectivada), los péndulos de Foucault, los escapismos de Rimbaud, los lectores negados de Massei. Y por supuesto, nuestros nombres anónimos también: el de los acicateados por las palabras y las imágenes mentales. Para el lector, será sólo el dulce bamboleo del medio de transporte meciéndose en su libro, o la serena lectura bajo la sombra de aquel árbol. Pero para quien escribe, hay un salto de Zenón entre palabra y palabra.


Y continúa en el polifónico Kapput.it, haciendo un click en: Escribir en el sueño (y otras inestabilidades)