Leo el artículo de Damián Tabarovsky en Nación Apache
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Realmente, los fragmentos que Mastronardi escribió sobre Borges, publicados en el suplemento La Nación, a mí me parecieron decepcionantes: más de lo mismo. La anécdota que comenta sobre la competitividad entre el bombardeo de Londres versus la recepción de “Ficciones”, me pareció menor y típica. El aura mitológica que Borges arrastra tras de sí siempre lo presenta, a través de sus epigonistas, con su usual mordacidad intelectual o su falsa modestia. Hay una dimensión difícilmente biografiada: la de la acción y no la del discurso. ¿Quién siguió de cerca las escapadas del joven Borges a los suburbios? ¿Quién puede narrar las dudas, titubeos y tentaciones de Borges a la hora de escribir? ¿Qué hay de esa huella de la vacilación, la cual, sí puede rastrearse a lo largo de los diarios de Kafka? ¿Cuál de sus argumentos comprimidos, sus microuniversos anidados durante el último tiempo, le hubiera gustado expansionar más allá de las tres páginas (límite periférico de su memoria dentro del cual podía moverse sin trastabillar)? Y no hablemos de sus titubeos con las mujeres, comentados por ellas hasta el hartazgo (el exitoso mujeriego de Bioy, el impotente y tímido Georgie), que ya no nos interesan. Que nos hablen de los riesgos de la escritura. ¿Corrió por las calles pegando su revista mural en fachadas ajenas? ¿Alguien le dijo, que después de “Ficciones” y algunos otros cuentos de “El Aleph”, se estaba repitiendo, que tenía que ir más allá de sus contenciones en “tres o cuatro argumentos”, más allá de circunscribirse a la Eneida y a la Odisea? (me parece que “El Hacedor”, para quién lo traiga a colación, es un libro menor aunque muy bien escrito: no hay riesgo en sus argumentos ni en su estilo ya consolidado, menos barroco.)
Hay algo perturbador y sintomático en el límite que impone esos dos libros de cuentos: Borges mismo no puede traspasarlo y tampoco “ningunearlo” (como sí lo hizo con sus primeros libros, hasta llegar a no permitir su reimpresión.) Como el zahir, no pueden ser olvidados, son “memorables” por exceso. Entonces, parecia no quedar más remedio que escribir contra Borges (¿y aquí, no está ese pequeño acto dramático que representa Borges cuando se encuentra con su doble más joven: la imposibilidad de traspasar su escritura pinacular?)
En otro momento, tal vez comente con más detalle mis impresiones sobre “Derivas de la Pesada”, de Roberto Bolaño, artículo que de alguna forma, se acopla con ese camino vedado, esa virtual “prohibición” de acercarse al blackhole que es Borges. Ese artículo inteligente e insolente que escribe Bolaño, reeditado en “El secreto del mal”, establece una lectura crítica del estado de situación del mapa literario argentino, más luminoso y provocativo, más estimulante a la reflexión, que el que estableciera en su momento Tabarovsky con su “Literatura de Izquierda.” En vez de la polarización reduccionista en bandas de escritores menores, Bolaño detalla tres líneas que, una vez ocurrido el fenómeno Borges, parecieron bifurcarse ante los escritores argentinos: Soriano, Arlt y Lamborghini. Bolaño, un escritor que podríamos catalogar de izquierda (manifiesta, aunque desencantadamente, de izquierda) según el espectro Tabarovsky, luego de definir esta triada como “La Pesada”, propone, urge, reclama “volver a Borges.”
¿No da qué pensar? ¿No es acaso lo que leemos, en las generaciones medias y en las nuevas, el producto de esta insistencia, los vástagos cada vez más exhaustos, cada vez más “disfuncionales” de una familia incestuosa? Trato de pensar críticamente este llamamiento de Bolaño, tratar de percibir en todo su paneo genealógico la verdad “porcentual” de su diagnóstico. Porque, seamos sinceros, no hay escritor argentino que nos sorprenda hoy. No hay riesgo, sólo merodeo por los “márgenes”, por lo marginal. Por lo emotivo, por el desencanto, por lo sórdido (S.A.L.) No hay centralidad en el mapa literario argentino, no hay foco. Y evitemos las posturas de “no necesitamos el centro”. Kafka proclamaba una literatura menor, pero él mismo está hoy en el centro de la literatura. No es una distinción “menor”, hay que pensar con detenimiento esta sutileza casi inexpugnable. El centro, lejos de evocar los manidos lugares comunes de la Crítica, no es la centralidad política, no es el podio autárquico, no es la voz pública ni la magnitud en ejemplares vendidos. El centro, es el centro resultante de fuerzas, el punto de gravedad de los físicos. Cada fuerza que se agrega a esa composición de resultantes, cada voz rectora, estilísticamente y argumentalmente distintiva que se agrega, mueve el centro a otra parte. Hoy por hoy, me parece intuirlo, ese centro no se mueve en la Argentina. Las fuerzas que se van sumando no desestabilizan el conjunto.
También hay que considerar que no siempre estamos lo suficientemente enmangruyados para percibir hacia dónde oscila la estructura, qué fuerza se ha agregado; siquiera si hubo movimiento. Sólo podemos intuirlo. Bolaño ha sido una de esas fuerzas desestabilizantes (y no lo digo ahora que está muerto, sino cuando apareció “Estrella Distante” en la línea del horizonte.) Mucho se dijo por ahí que Juan José Saer, nuestro petit proust, ocupaba ese centro y que ahora estaría bueno poner a César Aira en su lugar (de alguna manera es razonable para este carnaval bajtiniano reclamar un rey bufón). Pero también intuimos, como lectores desencantados, que ese centro no puede ser ocupado, porque al igual que el trono de reinos inestables, es temido, “ninguneado” y congelado como un iceberg eterno.
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Realmente, los fragmentos que Mastronardi escribió sobre Borges, publicados en el suplemento La Nación, a mí me parecieron decepcionantes: más de lo mismo. La anécdota que comenta sobre la competitividad entre el bombardeo de Londres versus la recepción de “Ficciones”, me pareció menor y típica. El aura mitológica que Borges arrastra tras de sí siempre lo presenta, a través de sus epigonistas, con su usual mordacidad intelectual o su falsa modestia. Hay una dimensión difícilmente biografiada: la de la acción y no la del discurso. ¿Quién siguió de cerca las escapadas del joven Borges a los suburbios? ¿Quién puede narrar las dudas, titubeos y tentaciones de Borges a la hora de escribir? ¿Qué hay de esa huella de la vacilación, la cual, sí puede rastrearse a lo largo de los diarios de Kafka? ¿Cuál de sus argumentos comprimidos, sus microuniversos anidados durante el último tiempo, le hubiera gustado expansionar más allá de las tres páginas (límite periférico de su memoria dentro del cual podía moverse sin trastabillar)? Y no hablemos de sus titubeos con las mujeres, comentados por ellas hasta el hartazgo (el exitoso mujeriego de Bioy, el impotente y tímido Georgie), que ya no nos interesan. Que nos hablen de los riesgos de la escritura. ¿Corrió por las calles pegando su revista mural en fachadas ajenas? ¿Alguien le dijo, que después de “Ficciones” y algunos otros cuentos de “El Aleph”, se estaba repitiendo, que tenía que ir más allá de sus contenciones en “tres o cuatro argumentos”, más allá de circunscribirse a la Eneida y a la Odisea? (me parece que “El Hacedor”, para quién lo traiga a colación, es un libro menor aunque muy bien escrito: no hay riesgo en sus argumentos ni en su estilo ya consolidado, menos barroco.)
Hay algo perturbador y sintomático en el límite que impone esos dos libros de cuentos: Borges mismo no puede traspasarlo y tampoco “ningunearlo” (como sí lo hizo con sus primeros libros, hasta llegar a no permitir su reimpresión.) Como el zahir, no pueden ser olvidados, son “memorables” por exceso. Entonces, parecia no quedar más remedio que escribir contra Borges (¿y aquí, no está ese pequeño acto dramático que representa Borges cuando se encuentra con su doble más joven: la imposibilidad de traspasar su escritura pinacular?)
En otro momento, tal vez comente con más detalle mis impresiones sobre “Derivas de la Pesada”, de Roberto Bolaño, artículo que de alguna forma, se acopla con ese camino vedado, esa virtual “prohibición” de acercarse al blackhole que es Borges. Ese artículo inteligente e insolente que escribe Bolaño, reeditado en “El secreto del mal”, establece una lectura crítica del estado de situación del mapa literario argentino, más luminoso y provocativo, más estimulante a la reflexión, que el que estableciera en su momento Tabarovsky con su “Literatura de Izquierda.” En vez de la polarización reduccionista en bandas de escritores menores, Bolaño detalla tres líneas que, una vez ocurrido el fenómeno Borges, parecieron bifurcarse ante los escritores argentinos: Soriano, Arlt y Lamborghini. Bolaño, un escritor que podríamos catalogar de izquierda (manifiesta, aunque desencantadamente, de izquierda) según el espectro Tabarovsky, luego de definir esta triada como “La Pesada”, propone, urge, reclama “volver a Borges.”
¿No da qué pensar? ¿No es acaso lo que leemos, en las generaciones medias y en las nuevas, el producto de esta insistencia, los vástagos cada vez más exhaustos, cada vez más “disfuncionales” de una familia incestuosa? Trato de pensar críticamente este llamamiento de Bolaño, tratar de percibir en todo su paneo genealógico la verdad “porcentual” de su diagnóstico. Porque, seamos sinceros, no hay escritor argentino que nos sorprenda hoy. No hay riesgo, sólo merodeo por los “márgenes”, por lo marginal. Por lo emotivo, por el desencanto, por lo sórdido (S.A.L.) No hay centralidad en el mapa literario argentino, no hay foco. Y evitemos las posturas de “no necesitamos el centro”. Kafka proclamaba una literatura menor, pero él mismo está hoy en el centro de la literatura. No es una distinción “menor”, hay que pensar con detenimiento esta sutileza casi inexpugnable. El centro, lejos de evocar los manidos lugares comunes de la Crítica, no es la centralidad política, no es el podio autárquico, no es la voz pública ni la magnitud en ejemplares vendidos. El centro, es el centro resultante de fuerzas, el punto de gravedad de los físicos. Cada fuerza que se agrega a esa composición de resultantes, cada voz rectora, estilísticamente y argumentalmente distintiva que se agrega, mueve el centro a otra parte. Hoy por hoy, me parece intuirlo, ese centro no se mueve en la Argentina. Las fuerzas que se van sumando no desestabilizan el conjunto.
También hay que considerar que no siempre estamos lo suficientemente enmangruyados para percibir hacia dónde oscila la estructura, qué fuerza se ha agregado; siquiera si hubo movimiento. Sólo podemos intuirlo. Bolaño ha sido una de esas fuerzas desestabilizantes (y no lo digo ahora que está muerto, sino cuando apareció “Estrella Distante” en la línea del horizonte.) Mucho se dijo por ahí que Juan José Saer, nuestro petit proust, ocupaba ese centro y que ahora estaría bueno poner a César Aira en su lugar (de alguna manera es razonable para este carnaval bajtiniano reclamar un rey bufón). Pero también intuimos, como lectores desencantados, que ese centro no puede ser ocupado, porque al igual que el trono de reinos inestables, es temido, “ninguneado” y congelado como un iceberg eterno.