jueves, agosto 9

Monsieur Teste o el cazador de uno mismo


Recuerdo cierta noche, paseando lentamente bajo los pasajes de París a fin de guarecernos de las estrellas frías, a Monsieur Teste diciéndome:

“Hay que convertirse en el cazador de uno mismo.”

Entender esta frase (luego de años de rotarla en mi mente como una piedra erosionada), es vehiculizar una imagen dinámica que contenga esta continua precipitación. Ser la imagen dual y potente, en infinitesimal unidad, de una gacela, un león y el escenario móvil, fluyente, obstaculizante y a la vez cómplice en escapes de una sabana africana.

Pero en detrimento del exotismo poético, la imagen que mejor asalta mi comprensión de un “cazador de sí mismo”, es la de un perro tratándose de morder la cola.

Fíjense que, de dos animales no continuos y desparejos en vitalidad, nos hemos topado con un solo animal, más bien flacucho, pulgoso y tontamente ladrante que provoca nuestra risa y nuestra sorpresa (¿por qué se quiere morder la cola? ¿Piensa que es otro perro el que se le escapa? ¿Por qué se pone tan serio y enojado, si es todo una payasada para contentarnos? ¿O no lo es?)

Noten que en un mismo cuerpo, conviven dos intenciones musculares opuestas y distintas: la boca que larga el tarascón, la cola que se repliega salvándose por pocos centímetros de ser mordida. Un fenómeno parecido (siendo improcedente pensar en los dos hemisferios del cerebro) es la ejecución de las fugas de J. S. Bach. Si bien cada nota, en ambas manos, sigue una mecánica consonante y ordenada, a la escucha parecen dos melodías que se atacan, se duplican, juegan, se deslizan y se contestan en forma independiente (a dos, a tres, y más voces.) De repente, de un mismo músico, se desdoblan dos ejecutantes autónomos y cinegéticos. . .

“Como un ave que arrastra la bala que abre el espacio menos denso de su fuga.”