martes, agosto 18

La Vida Privada

Una cosa es diseñar para la Ingeniería y otra para la Literatura. La gran fórmula del ingeniero en diseño es la relación funcionalidad versus costo. Si puedo obtener el sonido de un Stradivarius auténtico con materiales “otros” a un costo menor que un Stradivarius auténtico, es un buen diseño (otra cosa es querer tener lo “auténtico”. A los ingenieros no nos importa el “aura” sino la funcionalidad, que es otro tipo de belleza.) Si el diseño va a tener el mismo o mayor costo, deberá ser superior en su funcionalidad. Es una relación simple, una ley de diseño.

La literatura también tiene sus mecanismos, su etapa clónica, su funcionalidad y su costo. Pero yo lo veo más como un Organismo. Organismo que se va mejorando darwinianamente según la atmósfera a conquistar, pero siempre atrofiando otra de sus partes o extremidades: una economía de lo disponible, para respirar mejor. Una novela puede contar con un montón de mecanismos inútiles, pero en esa inutilidad puede estar su belleza. Cuando los mecanismos de una novela funcionan impeliendo al lector del Cap 1 al Cap N, le son invisibles e insonoros (y hasta a veces lo son para el mismo autor, que los copia en bloque, por ejemplo, de otras novelas anteriores.) Lo malo de saber como funcionan (como cuando viajo en avión), es saber dónde pueden fallar. Es sólo cuestión de uso, antigüedad y mantenimiento.

Creo también que primero hay que producir y luego publicar, e insistir con la publicación. Hay que difundirse, lo más extensamente posible. El reconocimiento es otra cosa; compleja, azarosa, acomodaticia, difícil de predecir. ¿Es bueno que te reconozca Paulo Coelho, y con él 1.000.000 de lectores? o ¿es bueno que te reconozca Oliverio Coelho y con él, 100 lectores?

Pienso en un de los cuentos de escritores de Henry James, un cuento perturbador: “La Vida Privada”. El escritor del cuento tiene una vida social impecable, pasa la mayoría de su tiempo en tertulias y agasajando actrices que actuasen en sus obras exitosas y de genio. ¿Pero en qué momento tenía tiempo para escribir, cuándo pulía esas delicadas producciones? El protagonista descubría, en un asalto a la intimidad, que el escritor era doble: por un lado existía el social y auspicioso de sí mismo, pero, al mismo tiempo, en la oscuridad de su cuarto escribía el otro: un döppelganger genial y autista.

El blog insume, cuando “funciona”, mucho tiempo, mucho derrame social; y dependiendo qué esperemos de él, mucha energía. Es una tertulia complicada y se presta a malentendidos y conflictos. Y lamentablemente, no contamos con ese doble oscuro que debe hacer la obra que soñamos, ya que su lugar es incomunicado y asocial.

El blog es para mí un Maëlstrom: me absorve, me desordena y dispersa; y por supuesto, se vuelve sospechosamente adictivo. Para escribir la literatura que está en mi cabeza, debo alejarme de él, y esa es una de las razones por la cual mis post se espacian orillando arroyos, lagunas y mares.