viernes, mayo 20

Bolaño: Hacia una teoría de la Incompletitud

El estilo centrífugo de lo inacabado contrapuesto al estilo centrípeto de lo completado hasta la nimiedad.

Pero es muy distinta la incompletitud kafkiana que de la misma manera surge de una "situación" frente a la que sostiene o se adscribe Bolaño. Hay una cuestión de esfuerzo y de quedar exhausto en Kafka. Como si empezase con brío una tarea que no parecía ser eterna, y sin embargo, así resultaba al quinto párrafo.

Es decir, y literalmente, el Desaliento. En cambio, Bolaño es la pirueta, el artista del aire, la demostración de lo posible: "miren mi fuerza, mi capacidad". Lo que se llama una prueba de destreza, un testeo.

Ambos murieron prematuramente, socabados por una enfermedad de cierta lentitud, con lo cual sabían que tenían poco tiempo de vida.

Pensemos en la rapiña del editting necrológico: todo puede "acomodarse" para formar un póstumo. ¿Pero que hay de esa necesidad en vida?

Ver estos tristes esbozos estirando los brazos, pidiendo un crecimiento casi instantáneo, para ser inmovilizados en una edición prematura. Por ejemplo, Kafka, cuando sus amigos le dicen que ya es hora de editar, y termina arreglando con ligero decoro esos trozos trasvasados de su diario para componer su primer librito Contemplación (luego se arrepentiría de esto).

En similar estado debió encontrarse Bolaño: la uregencia de editar en tiempo de descuento.

Entonces, ¿por qué ese esfuerzo sobrehumano, muy repetitivo y poco efectivo, de la parte de los asesinatos en 2666? ¿La sombra de Kafka aquí también? ¿El aburrido apilamiento de sucesos en El Castillo para jamás llegar a destino? ¿La inconclusión como postergación de la muerte, de El Fin?

lunes, mayo 9

Mimetizado en la tangente

Feria del Libro 2011. En el stand de Estación Mandioca, mimetizado entre autores, ilustradores y editores, extraña simbiosis de criaturas del libro. Tomando agradecido un vino que rotaba entre mis dedos sin desbordar de la copa, pescando algún canapé multicolor, casi sintiéndome en una pecera donde los visitantes que orillaban los cordones pretendían una participación como los peces del Botánico las tutucas sobrantes del Zoológico. Y ese día, me contuve en la tangente de la Feria, en ese stand 2554 frente a la entrada de Cerviño, un poco a espaldas del ruido y los remolinos del interior. Aún así, en un borbotón de cámaras y flashes, como periodistas escapados de mi caso, entró el economista Martín Lousteau en fuga mediática. Casi creí verlo tras sus lentes bicolor: por un segundo dudó entre doblar hacia el rojo o hacia el azul. Ni que decirle, que tras los cordones, nos reímos sorprendidos de sus aparición de pop star de las letras y los números, mimetizados en la calidez amarilla de una isla tangencial.