jueves, marzo 20

Contribución de Sergio Chejfec al post sobre Piglia

Publicado el post "Ricardo Piglia: ¿el autor sin atributos?" en Nación Apache , Sergio Chejfec a través de un comment brindó una excelente contribución siendo la pieza que me faltaba: la versión original del cuento mencionado, donde el contraste estilístico entre ésta y la versión transplantada, trae a colación una serie de inquietudes. Es evidente que la nueva versión es mejor, por lo menos visualmente, pero asimismo, la versión original es más “física”: los voyeaurs se tocan para mirar por el ojo de la cerradura, subrayando eso que era pura ambigüedad: la cita amorosa también se da entre estos dos espías. Por supuesto,voto por la sumersión, es decir, por la versión dos. Piglia ha mejorado su original con un transplante del maravilloso texto de Musil. En cuanto a la diferencia entre la operación de Piglia versus la de Di Nucci está para mí en lo que denomino como “Engarce.” Ahí, me parece, se miden los pingos, tal como lo expresé en la Coda que sigue a mi post.
(Aclaro: doy por descontado que es Chejfec, así como confío en la autenticidad de la versión original, porque a veces hay que creer para avanzar en la red. Pero en definitiva, lo que importa es el texto.)
Dice Sergio Chejfec:
Me parece que da para una discusión súper interesante. Como pequeña contribución transcribo el párrafo de la primera versión de “Tarde de amor” (La invasión, Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1967, p. 16):

“Martín lo va dominando, le apoya todo el peso del cuerpo en la espalda hasta obligarlo a arrodillarse.Los dos se amontonan contra la puerta.Martín está encorvado sobre la espalda de Luis, le aplasta la cara contra la cerradura.El picaporte clavado en la frente, Luis reconoce la otra pieza, la ventana, el respaldo de una silla y dos piernas de mujer que parecen flotar en el vacío. Es un instante, porque enseguida afloja el cuerpo, apoya las manos en el piso y se tira hacia atrás, contra Martín que lo abraza y lo obliga a girar, a mirarlo”.
Es como si se tratara de otro texto, porque tiene un régimen distinto. Sin embargo hay un obvio efecto de continuidad debido al trabajo del autor: lo que hizo no fue una revisión sino una reescritura. Es un caso distinto al de Sergio Di Nucci, aunque en mi opinión en ambos casos la idea de plagio es simplificadora y un tanto dogmática. Creo que la operación de Di Nucci es más radical que la de Piglia. Piglia es más escrupuloso y por lo tanto visible. Entre primera y segunda versión, muestra el trabajo deliberado y muchas veces impune de la literatura. Hace dialogar un texto del pasado y de la tradición, como es el de Musil, con su propio ejercicio. Es una operación secuencial sobre una misma base. Y es la secuencialidad la que trastorna la deliberación. Di Nucci y Piglia parecen tener una deliberación distinta, pero en su raíz es la misma; sólo que no conocemos la secuencia de Di Nucci. Allí reside su opaca radicalidad. Pienso que esto nos lleva a pensar en Piglia como un escritor que ha elegido reescribirse de un modo bastante único en la literatura argentina. En su primera edición, La invasión está dedicada a Roberto Arlt. Ignoro si la nueva edición también lo está. (...) puede suponerse que con esa dedicatoria Piglia rindió un tributo prolongado. Es una dedicatoria vigente, que continúa en el tiempo.

lunes, marzo 3

La destrucción de la Capilla Sixtina


Es interesante pensar, dejando de lado los aparatos críticos instituidos después, la forma en la que gente como Jackson Pollock con sus chorreaduras de pinturas superpuestas o Lichtenstein con sus copias y reproducciones de viñetas de comic, terminaron por producir imágenes que bordean el arte y la banal, lo serio y la impostura burlona, la crítica y la falacia, lo anecdótico y lo mudo. Es como si Pollock, quien prácticamente se inició en la pintura realizando un estudio imitativo de la Capilla Sixtina, se hubiera dado cuenta que quedaba mudo frente a ella, que no tenía nada nuevo que ofrecer al mundo. Y entonces, con furia, con pasión, se imaginó tirando baldazos de pintura a los techos, destruyendo las figuras, los siglos, el Aura. En ese instante, descubriría que su reacción mental lo redime: conformándose con los márgenes, esa operación banal, ese gesto, lo acerca a lo moderno y define, finalmente, su estilo artístico. Un arte de la reacción. Algo que interesa "críticamente" por sus efectos pero no por su "producto", ya que no "narra", sólo grita. Marcel Duchamp fue más honesto consigo mismo: se cansó y se dedicó a joder, a divertirse con la reacción del espectador y a conmovernos como cuando vemos nenes inventando juegos en la plaza.

Podría aventurar que pintores como Pollock o Lichtenstein, muestran una limitación personal que coincide con los límites entre el arte y la moda. Es probable que suene un poco filisteo en estas aproximaciones. Por eso me gusta ese monstruo fascinante que es Max Ernst: un tipo que se ponía a hacer collage hasta el aburrimiento para que de pronto cambiara de parecer y se dedicara a realizar experimentos con texturas, y así siguiendo. Dominaba las técnicas académicas pero a su vez proponía nuevas técnicas para el futuro.

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