jueves, marzo 18

LA INCLEMENCIA

 “Time jump like a broken typewriter”

Naked Lunch, William S. Burroughs

   Se encontrarían en el restaurant de siempre. El vendaval que lo recibió al bajar del colectivo, había hecho de su paraguas un pájaro quebrado que ahora goteaba junto a la campera y la mochila, en una tercera silla. Venía de la Facultad. Como siempre, ella llegó con retraso, pero al verla acomodar su saquito de verano, sentarse con la cartera sobre las rodillas y desplegar una servilleta decidió pedir una cerveza. “Prefiero cenar con cavernet, si no te importa”, le dijo al acercarse el mozo. “Es una ocasión especial, ¿o no?”. Su rostro hermoso y mustio se le presentó como un problema de álgebra vectorial y trató de hacer foco en sus ojos violetas. Unas curiosas arruguitas tendían a cerrarlos entre el rímel, pero no había rastros de emoción. Una vez más quedó jaqueado al momento de pedir una suprema a la Maryland para compartir. Ella había pedido un ojo de bife braseado a las finas hierbas.

“Con el pelo corto y rubio te ves más grande, pero te queda bien”, dijo él un poco nervioso y esperanzado. “Vos te ves mucho más joven, pero no te queda”, se rió ella,  “Igual te salvaste. Por lo menos, te diste cuenta del cambio de look”. Suspiró y sumergió la mirada en su carterita negra. “Hagámoslo rápido e indoloro”, dijo mientras hurgaba en su bolso. Le tendió un anillo de oro. “Disculpame que te lo devuelva así, tan desnudo”, dijo y resolvió dejárselo sobre la servilleta, “La cajita roja hace tiempo que la tiré, No sé si la habré perdido en alguna mudanza…”. Luego puso toda su atención en cortar la carne jugosa, y se largó a hablar de los mellizos.

De vuelta a casa, el tiempo había mejorado aunque el calor lo agobiaba. A las diez cuadras, tuvo que sacarse la polera que le apretaba el cuello, No había elegido un buen momento para algo tan importante. Estaba seguro que el lugar era el adecuado. Toda su historia amorosa gravitaba en ese restaurant, aunque no había tenido la intimidad claroscura de otras épocas. Mañana podría intentarlo de nuevo. Solo era cuestión de tiempo.

Al abrir la puerta de la casa, todo era un caos.

Su madre lloraba en la habitación conyugal, echada sobre perchas y vestidos amontonados. No había hecho la cena y buscaba una minifalda para irse a bailar. En el sillón del living, agonizaba su hermana menor, mientras sonaba una orquesta de jazz en el combinado. Fue a la cocina y calentó un plato de hígado encebollado en el microondas. Cuando salió al patio brumoso, escuchó el zumbido de los alambres telegráficos. Llamó al gato para darle de comer. No sabía que para esas horas, el animal era solo átomos dispersos y sin vistas de integración. Miró el cielo lechoso y pensó que tal vez ella habría llegado a su casa para esas horas. Se guareció en el escritorio del padre para discar su número. La operadora no pudo comunicarla, aunque dijo que a través de la línea, se podía escuchar la interferencia de la tormenta marciana en el poblado de Yoknapatawpha. Fue al baño, y luego de aliviarse descorrió las cortinas de la ducha. Con disgusto observó el cadáver de su padre inmerso en la bañera quién sabe desde qué hora. Entró a su habitación y tuvo que echar a su hermano mayor que intentaba construir un robot con los Legos. Había intercalado algunas piezas dentales de la hermana menor entre los ladrillos azules. Le tiró una patada amistosa cuando salió.

            Cerró la puerta y encontró en su bolsillo derecho el anillo que ella le había devuelto y que ahora brillaba sin mácula. Luego sacó del izquierdo la cajita roja, mustia y áspera, que había llevado oculta para pedirle casamiento. Al abrirla, dentro de su interior de perla desgastada, certificó que no había nada. Insertó el anillo en la ranura vacía con cierto temblor. Aún le quedaban cinco cuotas por pagar, pero anillo y caja encastraban con la perfección de una paradoja. Cerró la cajita y la ocultó en el primer cajón del armario, bajo pares de medias apelotonadas. Luego, de puntas de pie, intentó dibujar una mujer desnuda sobre la superficie helada de la ventana. Cada tanto, la imagen parpadeaba gracias a los faros de los vehículos que rozaban los techos del barrio.

 

A la mañana siguiente, se sentó a leer el diario. El mozo le trajo un café con leche y dos medialunas de grasa. Afuera garuaba mansamente. Una nena entró en el restaurant. Buscaba a su abuelo y pensó que él podría ser un amigo del club. Le dijo que no, pero que si quería sentarse a esperarlo, le daría una de sus medialunas. Se preocupó un poco por ella cuando dijo que sí. Sus ojos tenían un brillo peculiar, a piedritas bajo el agua, y le trajo recuerdos vagos y erosionados. De tres bocados, la nena se terminó la medialuna. Él pidió entonces una chocolatada y dos medialunas más.

Con una mueca volvió a desplegar el diario tembloroso y, dirigiéndose a ella como si fuese un secreto incómodo e irrevocable, le susurró: “Se pronostica que el tiempo va a seguir inestable toda la semana”.


martes, marzo 19

La disolución de Arlequín


El interior verde de los vaporettos se acentúa en la noche y parecen peces abisales con su vientre de cristal de murano, oliváceo como las aguas que ahora son negras, festonadas de reflejos de plata; y la gente se apiña sobre cubierta, de pie y con las manos en los bolsillos, mecidos en el vandeo de la embarcación: ruidosa, prepotente al golpear contra los muelles.

Ese verde, entre el musgo y el oliva, sume a Venecia en su característica atmósfera de sueño líquido.

Ese verde, se imbrica con los ocres erosionados de las fachadas de los edificios: rojo, amarillo, rosa, gris, igual que un Arlequino. Y en el cruce de dos ondas circulares sobre las superficies agitadas de la laguna, descubro la forma de la cuadrícula romboidal que, acaso, haya inspirado la trama arlequinada de las máscaras.

Mi mente empieza a sintetizar formas y colores en una especie de red que intente aquietar a Venecia, descomplejizarla hasta libar la gota más pequeña de una fórmula: donde fuerzas y masas desplieguen todos sus anclajes y fluencias a través del tiempo y el espacio, desde la máscara de Arlequín hasta las figuras que describen las ondas de agua, desde los pilotes invisibles hasta el fondo de los pozos cellados bajo tapas de hierro negro.

Solo así Venecia dejará de confundir y perturbar mi mente. 

Venecia - Febrero 2013

sábado, octubre 29

Sobran motivos para ser salvajes



Salió a la venta el libro Los archivos de Nación Apache, una cuidada e inteligente selección de textos realizada por Paula Pampín, Omar Genovese y Guillermo Piro, extraidos del multipremiado sitio web que todos conocemos. La edición de por sí es bella, tanto en su papel satinado como en el peso sorpresivo de su portatilidad, así como también en la sobriedad y simpleza de su diseño paratextual (un sugerente fantasma de tinta mitad ataque de pluma y mitad libro desgajado nos llama desde su portada).

Gracias a la calidad y pirotécnica variedad de los textos reunidos, así como también a la entusiasta participación de sus autores (la amplia mayoría de reconocida trayectoria escrituraria), este libro es un claro reflejo de esa política "descentrada, horizontal y rizomática" que impele al homónimo blog colectivo a "expresar un pensamiento lateral en el campo de la cultura contemporánea, esa densidad sumida en el delicioso caos de las contradicciones".

A modo de índice-catálogo y de estratificado anzuelo en corte, detallo a continuación las sugerentes secciones del libro:

1) Humos y Señales (Literatura, textos y ensayos)

2) El sonido de la tierra (Filosofía)

3) Salvajes y alambrados (Humanos en guerra)

4) Flechas en la oscuridad (Asuntos de la realidad)

5) Pensamiento nómade (Reflexiones sobre Arte)

El listado de autores en orden alfabético (dentro del cual me veo casi fuera de foco, pero agradecido y sonriente entre Sasturain y Tabarovsky) es una aldea poblada de cronópicas, simpáticas e interesantes sorpresas:

Humberto Acciarressi - Pedro de Angelis - Edgardo Balduccio - Gabriel Bañez - Sergio Bizzio - Nicolás Casullo - Susana Cella - Oliverio Coelho - Sergio Chejfec - Luis Chitarroni - Silvia Dabul - Luis del Mármol - Ariel Dilon - Daniel Freidemberg - Sergio Gaiteri - Raúl García Luna - Omar Genovese - Mempo Giardinelli - Luis González Bruno - Nicolás González Varela - Daniel Guebel - Juan Diego Incardona - Gabriela Liffschitz - Jean-Marie G. Le Clézio - Ernesto Mallo - Jorge Mayer - Luis Menéndez - Federico Monjeau - Héctor A. Murena - Andi Nachon - Max Nettlau - Gustavo Nielsen - Lucas Oliveira - Inés Pereira - Julio Petrarca - Guillermo Piro - Nicolás Enrique Puente - Elíseo Reclus - Ricardo Rouvier - Leonardo Sai - Juan Sasturain - Miguel P. Soler - Damián Tabarovsky - Maximiliano Tomas - Andrew Vachss - Gianni Vattimo - David Wapner - Horacio Zabaljáuregui.

Es evidente que sobran motivos para ser salvajes...

miércoles, julio 6

Pynchonavegando en régimen turbulento

Traspasé ya la mitad del voluminoso Contraluz del ing. Thomas Pynchon. Vengo armándome un mapa de navegación que utiliza ciertos personajes, a través de sus nombres, como si fuesen estrellas: las boyas más importantes del firmamento y que servían a los navegantes transoceánicos (no hace mucho, soñé con una especie de astrolabio desarmado en pivoteantes piezas de bronce bruñido que, al contrario de los conocidos artefactos de múltiples ruedas, rayos y arábigas inscripciones, más bien parecía un giróscopo de cuatro grados. Uno más que el que detenta los giróscopos de los aviones para la aeronavegación: corazones secretos del vuelo, así como los tubos pivots, órganos sensibles que pueden acarrear el desastre). Hay una común opinión de que el lector experimenta un efecto de desorientación, de desorden, de caos. Sin embargo, a medida que cartografío y sintetizo, uno puede percibir que solo es turbulencia controlada. Tengo la certidumbre de que Pynchon es un colega, un ingeniero aeronáutico, o cuanto menos (espero no producir suspicacias), un ingeniero mecánico. Pero si uno escribe informes técnicos para la Boeing, como lo dice la solapa con el cuadro tachado de Tusquets, es altamente probable que se deba contar con una matrícula profesional aeronáutica y al menos cinco años de experiencia en el rubro. Yo, si fuese un detective salvaje, intentaría acceder y rastrear esa matrícula en el Consejo Profesional (una como la que yo pago aún, año a año), y aunque probablemente Thomas Pynchon ya haya dejado la profesión, no me extrañaría encontrar tras ese número un representante técnico de alguna aeronave o flotilla o pequeña empresa, o a un dueño de un avión privado.

En el monstruo argumental y estilístico de Contraluz (una literatura de izquierda y de derecha trabajando al unísono como el cerebro aún no invadido por el pánico cirrus de un piloto), por ahora aprecio la ductibilidad y la libertad de un tipo que edita lo que quiere, con sus aciertos, sus complejidades y sus riesgos. Un escritor extremo bancado por un editor extremo. Eso es lo más envidiable de Pynchon (al menos para mí): el uso y abuso de los seis grados de libertad que habita como Skip, la centella parlante. A pesar de ser un libro excesivo, a veces moroso y a veces intrépido (veáse los lectobioritmos trazados por Martín Cristal en su blog como ejemplo), es obvio que discurre de una manera controlada y orquestada, casi jazzisticamente (es decir, hay estructura e improvisación habitándola). Es una turbulencia congelada de difícil navegación, pero imbuida de un espíritu juvenil y apasionado.

Hay dos fuerzas primarias en mi lectura (una simplificación, de alguna manera, de ese espectral lectobioritmo que por cada lector es distinto y único, ya que depende de contingencias externas e internas: colectivos y traslados, sueño atrasado, lecturas juveniles y futuras, el peso mayor o menor del ejemplar inmanejable, la traducción agreste, la infame y mezquina dosis de tinta en la impresión editada para empobrecidos lectores de papel): cada vez que aparecen los Chicos del Azar, el libro remonta vuelo, se insufla de aire y levedad, de imaginación y belleza. Cada vez que aparecen los Traverse (salvo Kid, ya que enlaza con los Hazzard Kids), el libro se hunde, se hace de piedra y aletarga, se hace predecible anclado en las entrañas sólidas de la tierra. Dos generos en pugna: el aéreo de la literatura juvenil versus el pedestre del western. Mi lectura es una primera aproximación, envolvente e imprecisa: como toda integración simplificativa de funciones tan irregulares como un lectobioritmo de Cristal.

Como background para mi navegación, me doy cuenta paso a paso como quien reconoce el paisaje de una pesadilla recurrente, me basta por ahora mi gran caja de apuntes de la UTN (que descansa sólida en un armario de la casa de mis viejos). No me extrañaría que Pynchon escriba desde una caja parecida en algún lugar bilocalizado.

viernes, junio 24

Ficción crítica y crítica ficción: De J. L. Borges a Jaime Rest

“(...)la materia verbal sólo puede engendrar ficciones, pero estamos desprovistos de cualquier otro medio que nos facilite la organización de nuestra experiencia.”

Estas palabras pertenecen a El universo de los signos, uno de los cuatro artículos que conforman el libro del ensayista Jaime Rest: El laberinto del universo. Borges y el pensamiento nominalista (recientemente reeditado por Eterna Cadencia Editora). En esta cita se respira un ambiente enrarecido como puede ser el de la metalinguística, ambiente paradojal en el sentido de que todo y parte se coaligan en forma oscilante. Es decir que una misma “materia verbal” comunica y contamina la ficción-crítica de Borges con la crítica-ficción de Rest. Todo parece integrar un mismo discurso donde la ficción, en continua migración, establece una suerte de juego de correspondencias y paradojas que abisman lo que se pretende rescatar de un texto. Es como si el discurso de Borges arrastrara y plegara a la superficie la lectura de Rest. Llegado a este punto, el escrito analítico de Rest parecería haber callado para mí.

¿Qué dice Rest que ya no esté dicho en Borges?

De este sutil resquicio, pasando por otros tres ensayos que le pertenecen y que establecen una traza estilística, intento desplegar la mirada analítica de Jaime Rest, es decir, su voz distintiva dentro de la crítica literaria.

[Este ensayo, haciendo un click, continúa en NACIÓN APACHE]

domingo, junio 19

El sueño de Leonardo

Escultura en cemento de Leonardo J. Soler, realizada durante el período 2010-2011.




viernes, mayo 20

Bolaño: Hacia una teoría de la Incompletitud

El estilo centrífugo de lo inacabado contrapuesto al estilo centrípeto de lo completado hasta la nimiedad.

Pero es muy distinta la incompletitud kafkiana que de la misma manera surge de una "situación" frente a la que sostiene o se adscribe Bolaño. Hay una cuestión de esfuerzo y de quedar exhausto en Kafka. Como si empezase con brío una tarea que no parecía ser eterna, y sin embargo, así resultaba al quinto párrafo.

Es decir, y literalmente, el Desaliento. En cambio, Bolaño es la pirueta, el artista del aire, la demostración de lo posible: "miren mi fuerza, mi capacidad". Lo que se llama una prueba de destreza, un testeo.

Ambos murieron prematuramente, socabados por una enfermedad de cierta lentitud, con lo cual sabían que tenían poco tiempo de vida.

Pensemos en la rapiña del editting necrológico: todo puede "acomodarse" para formar un póstumo. ¿Pero que hay de esa necesidad en vida?

Ver estos tristes esbozos estirando los brazos, pidiendo un crecimiento casi instantáneo, para ser inmovilizados en una edición prematura. Por ejemplo, Kafka, cuando sus amigos le dicen que ya es hora de editar, y termina arreglando con ligero decoro esos trozos trasvasados de su diario para componer su primer librito Contemplación (luego se arrepentiría de esto).

En similar estado debió encontrarse Bolaño: la uregencia de editar en tiempo de descuento.

Entonces, ¿por qué ese esfuerzo sobrehumano, muy repetitivo y poco efectivo, de la parte de los asesinatos en 2666? ¿La sombra de Kafka aquí también? ¿El aburrido apilamiento de sucesos en El Castillo para jamás llegar a destino? ¿La inconclusión como postergación de la muerte, de El Fin?

lunes, mayo 9

Mimetizado en la tangente

Feria del Libro 2011. En el stand de Estación Mandioca, mimetizado entre autores, ilustradores y editores, extraña simbiosis de criaturas del libro. Tomando agradecido un vino que rotaba entre mis dedos sin desbordar de la copa, pescando algún canapé multicolor, casi sintiéndome en una pecera donde los visitantes que orillaban los cordones pretendían una participación como los peces del Botánico las tutucas sobrantes del Zoológico. Y ese día, me contuve en la tangente de la Feria, en ese stand 2554 frente a la entrada de Cerviño, un poco a espaldas del ruido y los remolinos del interior. Aún así, en un borbotón de cámaras y flashes, como periodistas escapados de mi caso, entró el economista Martín Lousteau en fuga mediática. Casi creí verlo tras sus lentes bicolor: por un segundo dudó entre doblar hacia el rojo o hacia el azul. Ni que decirle, que tras los cordones, nos reímos sorprendidos de sus aparición de pop star de las letras y los números, mimetizados en la calidez amarilla de una isla tangencial.

martes, noviembre 16

Vonnegut Reverse


"Billy Pilgrim bajó las escaleras con sus fríos y marmóreos pies. Se dirigió a la cocina y allí la luz de la luna dirigió su atención hacia una botella de champaña medio vacía que había sobre la mesa de la cocina. Era todo lo que quedaba de la fiesta. Alguien había tapado otra vez la botella. Y parecía decir: «¡Bébeme!»

Así que Billy la destapó con los dedos. No hizo ruido alguno. El champaña estaba muerto. Así fue.

Billy miró el reloj que había sobre la cocina. Tenía que matar el tiempo durante una hora antes de que llegara el platillo. Se fue a la salita balanceando la botella como si fuera una campana, se sentó en una butaca y encendió el televisor. Entonces, tras haberse aislado ligeramente del tiempo, vio la última película, primero al revés, de fin a principio, y luego otra vez en sentido normal. Era una película sobre la actuación de los bombarderos americanos durante la Segunda Guerra Mundial y sobre los valientes hombres que los tripulaban. Vista hacia atrás la historia era así:
Aviones americanos llenos de agujeros, de hombres heridos y de cadáveres, despegaban de espaldas en un aeródromo de Inglaterra. Al sobrevolar Francia se encontraban con aviones alemanes de combate que volaban hacia atrás, aspirando balas y trozos de metralla de algunos aviones y dotaciones. Lo mismo se repitió con algunos aviones americanos destrozados en tierra, que alzaron el vuelo hacia atrás y se unieron a la formación.
La formación volaba de espaldas hacia una ciudad alemana que era presa de las llamas. Cuando llegaron, los bombarderos abrieron sus escotillas y merced a un milagroso magnetismo redujeron el fuego, concentrándolo en unos cilindros de acero que aspiraron hasta hacerlos entrar en sus entrañas. Los containers fueron almacenados con todo cuidado en hileras. Pero allí abajo, los alemanes también tenían sus propios inventos milagrosos, consistentes en largos tubos de acero que utilizaron para succionar más balas y trozos de metralla de los aviones y de sus tripulantes. Pero todavía quedaban algunos heridos americanos, y algunos de los aviones estaban en mal estado. A pesar de ello, al sobrevolar Francia aparecieron nuevos aviones alemanes que solucionaron el conflicto. Y todo el mundo estuvo de nuevo sano y salvo.

Cuando los bombarderos volvieron a sus bases, los cilindros de acero fueron sacados de sus estuches y devueltos en barcos a los Estados Unidos de América. Allí las fábricas funcionaban de día y de noche extrayendo el peligroso contenido de los recipientes. Lo conmovedor de la escena era que el trabajo lo realizaban, en su mayor parte, mujeres. Los minerales peligrosos eran enviados a especialistas que se encontraban en regiones lejanas. Su tarea consistía en enterrarlos y esconderlos bien para que así no volvieran a hacer daño a nadie.

Los pilotos americanos mudaron sus uniformes para convertirse en muchachos que asistían a las escuelas superiores. Y Hitler se transformó en niño, según dedujo Billy Pilgrim. En la película no estaba. Porque Billy extrapolaba. Y se imaginó que todos se volvían niños, que toda la humanidad, sin excepción, conspiraba biológicamente para producir dos criaturas perfectas llamadas Adán y Eva."

Matadero Cinco, Kurt Vonnegut


[Maravillosa "inversión" de Vonnegut, extraida de mi reciente lectura de Matadero Cinco. Aún cuando el efecto sorpresa de time travelling se pierde porque hoy en día podemos rebobinar películas en play, el cruce de géneros en este fragmento me parece cuanto menos ingenioso. El detalle de la champaña muerta, y ese "bébeme" que remite directamente a Alicia en el País de las Maravillas (la pócima que reduce, si mal no recuerdo). La espera del platillo volador que lo va a raptar... (esa c.f. de baja calidad que sustenta toda la novela y que da coartada a las condiciones mentales de Pilgrim. Henry James lo hizo con el género de fantasmas en Otra vuelta de tuerca: la indecibilidad de la percepción mental). Pero aprecio lo simple del procedimiento, que con un rewind, una inversión temporal, un pasaje de términos, la escena se ve resignificada y la reflexión crítica se dispara. Me hace pensar en ese proyecto inconcluso, que la muerte prematura obliteró, que es el de las Poesías de Lautreamount: la aplicación sistemática de inversiones en frases y poemas famosos para extraer una nueva luz sobre las reflexiones más anquilosadas y/o admiradas.]

martes, noviembre 2

El Infinito literario

I
El tiempo infinito: Toda concepción del infinito se muestra acotada desde una perspectiva de escala humana. En el espacio: el vasto gravitar de un universo expansivo (microscópico, de dimensiones enteras, series potenciales); también la fuga material del interior de las cosas que nuestra mirada no llega a intuir (microscópica, de dimensiones fractales, series acotadas). Semejante peso de infinitos, tiene un correlato en el tiempo, ejemplificado tal vez con mejor acierto en los relatos de carácter onírico. De aquí, la innumerable producción literaria que incluye a los surrealistas, el stream of consciosness de Joyce y Woolf, etc.

La novela, marcada por el cronotopo de la “vida”, es el espacio textual que mejor puede dar cuenta de la temporalizad, y es El Castillo de Kafka un buen ejemplo de ello. K es presa de un fluir discontinuo (aunque alud) de acontecimientos que demoran la finalidad del personaje. El cansancio de K se ve acentuado por esa materialidad del tiempo: lento (1 a 1) en el discurso de Pepi, veloz y teatral (película de Chaplin) en la escena del reparto de expedientes en el pasillo. Cada acontecimiento tiene su propio tiempo, todos ellos están en primer plano. Mario A. Lancelotti, en su Teoría del Cuento, escribe: “(...) por un mecanismo que une inexorablemente la instancia temporal a la espacial, lo pequeño se vuelve inmenso, lo más diminuto se torna infinito”. El que espera, es ineluctable prisionero de los acontecimientos; todo se dilata, el rictus más nimio cobra una significancia y una materialidad que linda el presagio (inútilmente creemos manejar ese colectivo que no arriba, pisamos el acelerador y su lógica sigue curvas incognoscibles y fatales. Lógica parecida rige la vida de Orlando, el personaje de Virgina Wolf. Atrapado/a entre el tiempo exterior -infinito- de la Historia y el tiempo interior –infinito- de su cuerpo; y la clave de ello: la naturalidad del sueño, de lo cotidiano).

II
El espacio infinito. Lo desértico: Existe una chatura en el texto, como una larga composición musical de Eric Satie. La genialidad (un maestro de música me lo dijo una vez) está en la irrupción fantasmática de un acorde, allí donde esperabas oír otro en la continuidad de esa lógica armónica. El jazz es la posibilidad de la exasperación, los frustrantes tropiezos de K (de sus lectores especialmente).

III
Lo abigarrado. Los cuadros de Brueghel el Viejo como en su pintura de los juego de innumerables niños, un todo extenso, y de tan abigarrado: en apariencia chato.

Escena de Orlando: el río congelado del Tamesis que se quiebra y, entonces, los náufragos con sus pequeñas historias bogando hacia la muerte. Esa vista campesina, el retablo entre inocente (desde una distancia ausente del narrador Orlando, narrado por su biógrafo, narrado a su vez por Woolf) y enmarcado como suceso aislado en la continuidad de lo intrascendente. Apenas un esbozo de pequeñas circunstancias que se multiplican en otras más pequeñas. Fractal. Multiplicación.
Roland Barthes: El texto es plural, desplegable, de latentes sentidos multiplicados, pronto a dispararse según la lectura atenta. Su definición de la finalidad es la de un correlato, acción que demanda su conclusión. Todo lo demás es una suspensión del sentido, se transforma en una catálisis dilatada según una estrategia argumentativa (maneja el engaño, la mentira, los retrasos, el equívoco: da forma a la espera).
Toda migración de sentido será posible merced a la contigüidad de estas habitaciones de pequeños acontecimientos. Pero... ¡horror!: nos encontramos con habitaciones sin fondo, o simplemente planas, o llenas de gestos indescifrables, o solo espejos o solo cuadros pintando habitaciones.

IV
Lo intransferible. La pensatividad de la Marquesa (marqués es, precisamente, el que cuida los límites) que se abre al infinito por inapropiable o intransferible. Aquí lo imposible de leer, lo real del texto. Hay una lógica del pensamiento que se contrapone al del razonamiento. Lógica del Azar que responda a los acontecimientos del Absurdo. ¿Qué pasa por la mente del Castillo?, se pregunta K y tropieza con un ayudante. ¿Qué pasa por la mente de Kafka?, se pregunta el sano lector y tropieza con un discurso inquietante entre Bürguel y el Agrimensor.

V
Textos arborescentes en infinitos retrocesos de fuentes literarias. En Borges, esta es la operación que fomenta la vaguedad, lo falaz de la autoría. Hay innumerbales ejemplos de ellos en las literatura del siglo XX: las citas multiplicadas del Necronomicón, el asombroso Diccionario Lázaro de M. Pávic, el colage de géneros discursivos, etc.

VI
“...hlör u fang axaxaxas mlö” corresponde a la idea de la luna para los tlöneses australes. Apresar “lo otro” en la multiplicación caótica de palabras, es un movimiento al infinito producto de la pérdida de un lenguaje adánico. Barthes, en su artículo La Utopía del Lenguaje, habla de una realidad cambiante que produce un lenguaje vivo y mimético de imposible captura. Peter Burger explica el carácter divergente de la literatura, en la tendencia de encuadrarla como totalidad orgánica u objeto que difiera de la “actividad humana racional y planificada”. Utópico es el lenguaje-jaula de Tlön, muestra acabada de la imposibilidad de una escritura que acaricie la vida sin apartarse de ella.
Barrenechea: con otro movimiento enunciativo, los adjetivos de Borges quieren dar cuenta de ese “horror intelectual” que fascina en el infinito: lo inacabado o la inmovilización de un gesto. El infinito como una mancha de piedra (en El Banquete de Severo Arcángelo, aquella escena que de cara a las estrellas, se pronuncian cifras inmensas –14- y se sienten aplastados), y pero aún la carrera infinita a la vista de una meta finita. Barrenechea apila adjetivos sustantivos de infinito. Las palabras obran como las cifras así como las metáforas de Chesterton: escalofríos del intelecto.

VII
Lo indecible: El texto trata de apresar lo indecible; el escritor acuña monedas que se acerquen a ese valor incalculable. Una es la paradoja, que solo puede dar cuenta de esa imposibilidad en la contradicción cuya solución se pierde en el punto impropio. La otra es la poesía, esa búsqueda suicida de lo indecible.
Kristeva: Hay en el lenguaje del sujeto poético (a través de lo que Kristeva denomina ritmos frásticos) un intercambio pulsional con el lector (lo otro). Solo lo encuentra en fragmentos, en jadeos, en deseo insatisfecho; una desaparición del sentido en el sinsentido y la Risa (Absurdo). (En la novela Nova Express de Burroughs, las secuencias están mutiladas, el sentido se pierde o, al menos, se disgrega a lo largo de un texto balbuceante.)
Es esto último, lo indecible, el otro rostro de la literatura que no se regodea en el mero horro intelectual o en las apetencias de proyectos estéticos (modelos estructurales para textos Escher); sino en el buceo en la indecibilidad sin culminar en el silencio.

martes, agosto 31

"Los Frasquitos" (una obra de teatro posmoderna)


La obra tiene un planteo bastante sencillo en principio. Es un policial de época, como se puede deducir de las vestimentas de los actores y de las marionetas. La primera escena, bajo una luz negra que precisa los reflejos y la palidez de la porcelana, ocurre dentro de lo que parece una cripta en cuyo centro se encuentran dos cuerpos: una muñeca de pálida vidriería y un muchacho igualmente pálido abrasado a ella. Irrumpe a escena, un notario, un médico, un par de policías y un personaje que se presenta como el juez. La muchacha está muerta desde hace días por envenenamiento. El muchacho que a ella se abraza, se encuentra en estado de coma, sin poderse precisar cuánto tiempo permanecerá en él. Sin lugar a dudas, éste es un homicidio y nos hallamos en la escena del crimen. ¿Quién ha asesinado a la muchacha? ¿Por qué este muchacho, armado de un puñal, se encuentra en estado comatoso en la escena del crimen? A su vez, el médico sostiene, complicando aún más el enigma, que el muchacho no tiene más de dos días en ese estado, por cuanto no pudo haberse dado el hecho de que estuviese presente al momento de morir ella. El juez ordena una ajustada lista de personas involucradas que a lo largo de la obra irán dando su versión de los hechos, descubriendo por cada una, secretas intenciones homicidas. Los sospechosos son: los padres de ella y de él, un farmacéutico tartamudo, un cura apesadumbrado, amigos y conocidos de ambas partes, todos extraños y extrañados de irse postulando como posibles autores de un hecho aberrante. En un principio argumentan que al morirse ella, supusieron que había fallecido de ha,bre y tristeza. Pero al descubrirse el veneno, el asesinato de esta dulce muchachita sale a la luz, descartándose a la vez el suicidio. El farmacéutico declara, sin faltar a la verdad, no conocerla ni haberla tratado, por cuanto niega haberle vendido ese veneno que, de hecho suele preparar para clientes exclusivos. El cura del pueblo, quien sí la conocía, dice entre sollozos que es imposible pensar en el suicidio en una chica tan devota, que solo quería vivir para amar y ser amada. Como en esos policiales ingleses, la obra se torna un sistema cerrado, donde todos pueden ser los culpables o una próxima víctima. Las idas y venidas con diálogos y peleas efectistas entre los personajes, bajo luces que atraviesan vitrales suspendidos, van dejando fuera de foco esa imagen central de la pareja trágica; hasta tal punto de que ocurren, sin poder intervenir el juez, dos asesinatos más. En el último acto, sobre los restos de espadas y cristalerías rotas (por efectos sonoros adecuados) el notario trae hasta el juez, un libro requisado. El juez, descubre así, casi en forma sesgada, que este sistema cerrado es en realidad la obra de Shakespeare, su famosa tragedia del amor. Pero mientras en aquel libro, quién se hallara dormida bajo los efectos de una pócima ofrecida por el cura era la bella muchacha; y consecuentemente, el muchacho se envenenaba creyéndola muerta con el frasquito comprado al famacéutico; en este caso, se había dado una inversión. Alguien había intercambiado los frasquitos, resultando la muerte inevitable de la muchacha, y el sueño comatoso del muchacho. No dejaba de ser un homicidio ya que el plan de la chica en un principio, era hacerse pasar por muerta para reunirse en secreto con el muchacho, eludiendo la prohibición fatal de sus padres. ¿Quién había invertido los frasquitos, cambiando el final de la historia?
El único culpable, no podía ser otro (rugía aquí el juez, haciendo vibrar la porcelana y el cristal), no podía ser otro más que el Lector. Lector que por distracción, o por pereza (la madre de todas las pestes), o con propósitos homicidas, había “leído erróneamente”, invirtiendo los frasquitos: el fatal veneno y la pócima del sueño. El actor que interpretaba al juez señalaba al auditorio, y casi siempre enganchaba a un espectador joven que venía a ver los ensayos. Es decir, que además de pretenciosa en esa mescolanza de actores y muñecos, con un libreto posmoderno, la obra era interactiva. De acuerdo con la reacción del público, los muñecos y actores seguían improvisando quince minutos más.
La sala que le habían cedido para actuar era un poco exigua; aún considerando que eran sólo ensayos, los pocos que iban (amigos, enemigos, ocasionales visitantes) no lograban llenar el espacio disponible. Sus caras, si bien variaban entre la admiración (ante los efectos y los muñecos) y la sorpresa de verse rodeados por el juez, los guardias, asesinos, médico y notario; no podían ocultar, a la hora de los saludos afectuosos, un futuro y fulminante debut, seguido de un cada vez más acentuado fracaso.

lunes, agosto 9

Los portátiles zapatos de Monsieur Teste

Estaba curiosiando el sitio de Enrique Vila-Matas (el cual me parece admirablemente construido), tras los pasos de su novela La asesina ilustrada ya que es díficil conseguirla aquí, cuando entro en una de sus páginas (en construcción) acerca de la Historia abreviada de la literatura portátil, enfocándome en el fragmento 9.

Este fragmento trata sobre Paul Valéry y está acompañado por una fotografía de Madoz (que vuelvo a pegar aquí), rebautizada con propiedad por Vila-Matas como: "Los zapatos de Monsieur Teste". Por supuesto, me sorprendió mucho (remitiéndome a un universo donde las coincidencias austerianas y las teletransportaciones de contrabando cibernéticas se mezclan en oscilaciones inadvertidas), porque hace unos cuantos años, yo había armado un post con un texto que escribí y tenía cierto aire a Valery y que presenté como un fragmento de su nouvelle Monsieur Teste perdido y encontrado entre las páginas de mis viejos diarios. Dicho post, lo acompañé con una fotografía de un artista que me fascina y había descubierto en otro medio: Chema Madoz, y que plasma en imágenes sorprendentes, sutiles paradojas que me sumen en ensoñaciones abstractas. En su momento, había elegido esta foto porque mi texto hablaba sobre la capacidad de convertirse en "el cazador de uno mismo" y los zapatos entreatados remitían a ese concepto casi incorpóreo.

Hoy, la oportunidad de descubrir en el sitio de Vila-Matas, reunidos en una misma entrada a Monsieur Teste y los zapatos entrelazados de Madoz, me hizo sentir un estremecimiento semejante a una experiencia Lautreamount: la belleza de ver reunidos sobre una mesa de disección un paraguas y una máquina de cocer .

Es más, en un momento me pareció que dicha entrada número 9 me estaba dedicada, ya que en ella se dice: "Un problema de los blogs literarios: Al buscar una cierta espontaneidad, corrigen poco cuando corregir –elaborar tras haber producido previamente el documento espontáneo- suele ser esencial para la escritura de un texto literario." Pero es muy posible que me engañe y este pretendiendo un ligero reconocimiento por haber reunido materiales dispersos que son de dominio universal, gracias a la web y a la simpatía intelectual que cunde entre los literatos.
Ya con la mente un poco a la deriva, estos zapatos que correr no pueden pero sí pegan saltos de sitio en sitio, me recuerdan una cancioncita en catalán que mi abuelo, que había nacido en Barcelona, solía cantar y que suena (transliterada) así: "los sclaus de deus fangaban / sant shuán li eran grant/ sant peré, iba careras / con el triquitriquitrac" (perdón a los catalanes por mi torpeza de transliterador)

Para quién quiera seguir los pasos de los zapatos de Monsieur Teste, dejo los links, que más allá de trazar una sospechosa coincidencia, fue para mí una grata sorpresa:
[Post scriptum: Aterradora coincidencia. ¡Acabo de darme cuenta que mi post es del 9 de agosto del 2007, es decir, hace exactamente 3 años! ¿No será cosa de satam alive, no?]

viernes, agosto 6

Superenjambre


Una noche de abril, luego de realizar mi habitual y mecánica extracción y lavado de lentes de contacto, al momento de guardar el líquido en el botiquín, pensé que estaba trasladando átomos de plástico de un lugar a otro. Es más, que yo era otros átomos (en el sentido griego, es decir, puntos de mínima unidad de materia energizada) trasladando otros átomos diferentes de un lugar absoluto del espacio a otro, y que como contrapartida, en otro sector del universo, semejantes traslaciones de energía destructiva (para mí, que lo veo desde mi escala nimia) fluían de la misma manera, pero con "menor" complejidad mental (esto es difícil de expresar: mi mundo de compuestos es más real y presente, más complejo y abigarrado que lo que produce, en cuanto a forma y belleza, un agujero negro que va desarmando las cuentas luminosas de un collar constelativo).
Entonces, merced a esta "simplificación" (yo átomos, y la botella de líquido: átomos trasladados de un punto absoluto del espacio a otro), toda mi historia, lo real percibido se transformaba en una pintura impresionista, un hormigueo de puntos sin conciliación de linealidad, todo se transformaba en un superenjambre.

Esa descomposición en superenjambre, tal vez, pudiera ser sostenida (experimentalmente) para escribir un cuento, en el punto de vista de un hombre, digamos, por ejemplo, un químico y su título aflora en mi mente, a la manera de Bartleby, el escribiente, o más adjetivado: Jacques, el fatalista, no sé, algo así como Browniann, el químico (un título con un discreto bruñido decimonónico o positivista). Por supuesto, es una especie de extrañamiento o personaje lumpen, nada original si se piensa en Camus & Sartre.

Pero veamos, hay dos conceptos germinativos en este apunte un tanto apresurado: a) el superenjambre; b) las percepción impresionista (de alguna manera, el texto impresionista)

Dejémoslo estar. A lo sumo, es un balconeo existencial que retrata muchas de mis noches, en las que un acto repetitivo como esta simpleza de sacarme los lentes de contacto o cepillarme los dientes, me recuerda la aproximación inexorable de la muerte.

[Días después de mi epifanía impresionista, vi un documental de NATGEO sobre Nanotecnología donde un entrevistado decía "sólo somos patrones de átomos". La foto de este post pertenece a Richard Barnes, de su trabajo Animal Logic]

viernes, junio 25

A qué suenan las vuvuzelas

 Por supuesto, mi limitado tiempo liebre, digo libre, absorbido por los partidos de este mundial. Por cada evento siempre surge una intervención reconocible, autónoma y elemental por parte del auditorio, ese anillo de vectores anónimos y expectantes que rodea como un lazo fatal la cancha. Una vez, fueron las mareas circulatorias de brazos extendidos, otra fueron esos “palitos chinos” inflados aplaudiendo casi en silencio, otra nuestra lluvia de papelitos, y los cantitos combativos, las orquestas de mariaches, las máscaras embanderadas, el carnaval, etcétera, etcétera (como diría Gombrowicz).

Pero en este mundial, nos tocaron las vuvuzelas: cornetas de plástico que vibran prácticamente todo el tiempo, el entretiempo, el segundo tiempo y el tiempo de descuento. Es como un zumbido carrasposo (pienso mientras miro uno de los tantos partidos), un sonido rototraslacional que activa mi memoria. ¿Pero a qué me suena este ataque de las vuvuzelas? ¿Al grito de las bandurrias una mañana fría y patagónica? No, no es eso. La cosa no está en la Patagonia, si no en el continente “caja negra” de África...



Ya sé...

La persistente y afiebrada insistencia de las vuvuzelas me suena a las moscas. A miles de ellas volando entorno a los jugadores. Y es inevitable, porque mi mente saturada de literatura ataca esa parte que electriza o goza o sufre o bosteza el fútbol -según el partido que se preste-, y trae una imagen que se sobreimprime, como un fantasma cinematográfico, sobre el pasto verde rayado por las evoluciones extrañas del Jabulani. Es una imagen mental del libro de Joseph Conrad: El corazón de las tinieblas. Y en especial, ese instante, cuando Marlow observa unos africanos que, inmovilizados por el tórrido calor del ambiente por fuera y roídos por el hambre y la enfermedad por adentro, se apiñan bajo la sombra de un raquítico árbol mientras las moscas zumban por miles entorno suyo, se posan en sus caras inmutables, orillan un ojo indiferente, y esperan pacientemente anidarlos.

¿Acaso estas intervenciones modales del público pudieran interpretarse a través de una semiótica de los pueblos anfitriones? Me suena afectadamente intelectual y apresurada esta hipótesis, pero no aleja de mí la impresión, por cada vez que suena el silbatazo inicial, de escuchar en las vuvuzelas el vuelo rotacional de las moscas de África como una presencia pesada que proviene del exterior, de esa caja negra perdida y jamás recuperada.


[El símbolo que acompaña este post, es la corneta asordinada del correo (the mute posthorn) de R.E.S.T.O.S., una compañía de correo postal paralela y oscura que inventó Thomas Pynchon en su novela La subasta del lote 49. Imagino una sordina semejante que acalle piadosamente las vuvuzelas este próximo domingo, cuando juegue Argentina vs. México en octavos de final.]

martes, mayo 18

Dos docenas de cerdos



La revista dirigida por Mauricio Salvador & Co, la prestigiosa Hermano Cerdo, edita su número 24, organizando su material especialmente en esta ocasión, alrededor de la traducción. Once cuentos de jóvenes autores norteamericanos que, si no fuese por la desinteresada pasión de sus traductores y colaboradores, serían invisibles a nuestros hociqueos de lectores voraces.

Por otro lado, veo con alegre sorpresa, que han reeditado el polémico artículo de B. R. Myers, Manifiesto de un lector: un ataque a la pretenciosidad de la prosa literaria americana (cuya sección "Prosa Incisiva", traduje con la lentitud de un armador de puzzles), desmitificador análisis que sería interesante plantear en correlato con la literatura latinoamericana. Lo cierto es que, en mi caso, hizo que me alejase de los libros de Delillo y abrazase con mayor fervor a los de Pynchon.

La revista de los campeones, a un simple click aquí: Hermano Cerdo 24