La tarde anterior habíamos llegado al campamento D´Agostini, emplazado en una orilla del río Fitz Roy, entre senderos de graba blanca que lo asemejan a un jardín japonés.
Atravesando el campamento y tomando un sendero que acompaña la ribera del río caudaloso, entre bloques de piedra, nos adentramos en la confluencia de faldas que conforma el cordón Adela (que creíamos primero el cerro Torre, por su forma almenada.) De esta manera, se llega a la Laguna Torre, de color verde lechoso. Los sedimentos minerales en suspensión que el Glaciar arrastra consigo, hacen que sus aguas se tornen opacas y antitransparentes. De esta laguna nace el río Fitz Roy: una tirolesa con roldana sirve para cruzar a la orilla opuesta. Hacia el fondo, en el proscenio de lo que parece un anfiteatro granítico, se encuentra enquistado entre el cerro homónimo y el cordón Adela, el Glaciar Torre: azul y estriado de tierra.
Hacia el mediodía, comenzamos a bordear la laguna (producto del lento e incesante deshielo del glaciar), caminando sobre el filo de la morena que la circunda como si fuese el borde de un cuenco.
Ese sendero lleva al antiguo campamento Maestri (hoy inhabilitado y prohibido para acampar), sendero por el que se va ascendiendo, acercándose por izquierda al glaciar, hasta terminar balconeando frente a él.
Estaba en medio de este magnífico y cansador trayecto, cuando de pronto advierto, casi a la altura de mi vista, y aproximadamente a 5 metros de mi costado izquierdo, un cóndor rebasándome con calma. Alcancé a ver con claridad su cabeza roja de carne cruda, su plumaje negro desplegado de ave inmensa, y su ojo animal sobre mí como un curioso vigía que controla las criaturas que se acercan al coto de su espacio aéreo. Siempre observé a los cóndores, entre fascinado y cegado por el contraste luminoso del cielo, como figuritas deshilachándose con lentitud entre las agujas rocosas de los cerros. Nunca a esa distancia (viniendo a confirmar esa rara ley de los senderistas, la que dice que las criaturas fantásticas aparecen cuando uno no las busca.)
Al llegar al extremo del camino, y luego de disfrutar la altura panorámica sobre el glaciar, nos internamos en un bosquecito aledaño y reparador siguiendo lo que parecía un lecho seco, vertiente en "U". Entre rocas musgosas y ramas de árboles en maraña fuimos a dar a una cascada que llamaré Cascada Herzog (en honor al director alemán, que filmó parte de una de sus películas en este paisaje patagónico y fascinante.) Aquí, a pesar de la hora avanzada, almorzamos pan con atún, casi sin pan y sin sal (pocas provisiones a esta altura.) Finalmente, retornamos al campamento para levantar carpa y emprender el esforzado regreso al Chaltén, a través del sendero que los une directamente. Salimos a las 19 hs. y llegamos a las 22 hs. El pueblo, fundado en 1985, apareció con sus primeras luces neónicas encendidas (con el Castillo destacándose.)
El trayecto fue mayormente llano, atravesando ocasionales campos imantados de liebres. Las veíamos saltar y correr en fuga ante nuestra intromisión fantasmal. Se nos cruzó más adelante un zorrino, apuntándonos con su peligrosa cola de pestilencias, y al final del trayecto, y con el cansancio que entorpece cada paso (nudos corredizos en mi espalda), una última visión panorámica sobre el río Fitz Roy culebreando en el fondo del valle. Se destacaban las terrazas sobre el cerro de enfrente, con la luz límpida y sin sombra de las últimas horas del día.
Llegando tarde a El Refugio de doña Flora, en el Chaltén, armamos la carpa en la oscuridad y nos cruzamos al boliche "Patagónico". Comimos una Mila a la Napo y otra Mila a Caballo con papas fritas, bebiendo una deliciosa birra, e irradiados de música rockera, efectos de luces bolichongos y una pantalla de plasma que, mostraba día a día, gajo a gajo, la ruptura del puente de hielo del Glaciar Perito Moreno en marzo del 2004.
Parque Nacional Los Glaciares - 13 de Febrero de 2006
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