(Este texto sale de un comment de Julio Zoppi de Hargentina al post anterior)
Me gusta ese término: "literatura de lector" y creo que es muy acertado. Es decir, creo que Piglia haría un gesto de complicidad con el término que usó Julio Zoppi para adscribirlo. La cuestión, más allá de la pericia de una literatura de lector, más allá de la calidad de los productos de una literatura de lector (y si se pudiera definir tal literatura), es si podemos "valorarla" y bajo que preceptos éticos, estéticos o morales darle justa apreciación por sobre otras (por ejemplo: por sobre los originales canibalizados) Pero sí, lo que aprecio es esa "intencionalidad" callada. Creo que hay que valorar que lo que Piglia hace en el cuento de "Homenaje a Roberto Arlt": utilizando un cuento de Turguéniev como si fuese de Arlt, es "muy" ingenioso (aún más, teniendo en cuenta que esa transportación terminó impactando como una onda expansiva en la realidad: la hija de Roberto Arlt increpó a Piglia por los derechos de ese “texto inédito” robado quién sabe de qué manera.) Y los datos están ahí, apenas musitados en el cuento.
¿Pero qué hay cuando esos engarces, esas transposiciones son realizadas de callado? ¿No se vulnera cierto orgullo de autor a expensas de la lentitud del lector, al que le es inabarcable el cuerpo de la literatura? Esta práctica, que gusta particularmente a muchos críticos sagaces, también crea epigonistas de dudosa calidad, quienes terminan amparándose en la Academia una vez que son descubiertos. Porque esa es la diferencia: han sido descubiertos muy fácilmente a causa de que el engarce (lo que yo estimo como trabajo de valor agregado y que es la precisión del engarce) es muy burdo, trucho, indecoroso. Agregar a “Bolivia Construcciones” treinta páginas de “Nada” (y sospecho que tan sólo para cumplir con los requerimientos del concurso en cuanto a extensión de las obras presentadas), es un engarce trucho, y como sostuve en otro viejo post, no vale el riesgo para un Robin Hood que se precie de tal. Hay que entrar en el Castillo armado de la literatura consolidada y sortear los peligros de un ladrón con sagacidad. Puesto que al momento que chillan las alarmas de seguridad y las jaurías se activan, se debe salir airoso, a capa y espada, y quedar indemne o cuanto menos, trocarse en la leyenda afilada de pobres y menesterosos.
Hay que meditarlo por el lado oscuro del término. Porque estamos hablando de intertextualidad, de copia, de engarce, de bombas ocultas, y de estallidos que desde el texto impactan en la realidad. La oscilación de efectos entre realidad y ficción, es una de las especialidades de Piglia e invita a una crítica de caza mayor. La literatura de lector, presumo, es una maldición epidémica que podría habernos legado Borges (así como Kafka nos legó, a través de una teoría bosquejada en sus Diarios, la de “la literatura menor”, tan menor que termina por ser infranqueable como si se invirtiese a un obstáculo mayor.) Borges dijo que Todo estaba escrito, que no podríamos hacer más que variaciones argumentales de una pocas historias rectoras, clásicas y ya editadas desde el fondo del tiempo. Porque para ser "honestos", y de acuerdo a esta marca endemoniada que Borges imprime en el ADN de la literatura argentina, sólo nos cabe la intertextualidad, el engarce, la cita, las Variaciones Goldborg. Ya no se puede ser Original. El término oscuro, innombrable, proscripto, es precisamente “La Originalidad”. Volver a hablar de originalidad significa retroceder a un estado puro o virginal de la crítica que es prácticamente riesgoso si no irreversible. Por dos razones: primero porque la Originalidad es difícil de estimar (cuánto del texto es realmente novedoso, cuánto es traslado de lecturas subterráneas e inadvertidas al autor), y segundo porque convierte en un tonto a quien habla actualmente de ella. Uno no puede presumir de original, pero sí de falsificador. Es decir, hay un problema en la Originalidad que tiene que ver con la apreciación de una obra literaria (o una obra de arte) y que debe contraponerse y/o aquilatarse con la intertextualidad. Una literatura de autor versus una literatura de lector.
Para los Editores Ejecutivos siempre es mejor editar algo probado que algo por probar. Y aquí surge una paradoja (el huevo tramontina.) Que vayan apareciendo obras con el título “El Enigma de...” (secreto, club, clave, código, etc.) seguido de: “...Vivaldi” (Flamencos, Da Vinci, Dante, Gaudí, etc.), configura una red de Crucigramas Kitsch adictivos como los sudoku que atenazan a los viajeros de subte en sus asientos al borde de la asfixia. Política del intertexto se cruza en algún punto con la política de lo probado, y con lo Kitsch, y en definitiva, con la política de edición (“lo que leemos ahora”.) Explorar estas cuestiones, y en especial, el espinoso tema de la Originalidad exige delicadeza. Al menos, la delicadeza que exigía Henry James cuando decía que un crítico debe ser una demonio de la sutileza.
Me gusta ese término: "literatura de lector" y creo que es muy acertado. Es decir, creo que Piglia haría un gesto de complicidad con el término que usó Julio Zoppi para adscribirlo. La cuestión, más allá de la pericia de una literatura de lector, más allá de la calidad de los productos de una literatura de lector (y si se pudiera definir tal literatura), es si podemos "valorarla" y bajo que preceptos éticos, estéticos o morales darle justa apreciación por sobre otras (por ejemplo: por sobre los originales canibalizados) Pero sí, lo que aprecio es esa "intencionalidad" callada. Creo que hay que valorar que lo que Piglia hace en el cuento de "Homenaje a Roberto Arlt": utilizando un cuento de Turguéniev como si fuese de Arlt, es "muy" ingenioso (aún más, teniendo en cuenta que esa transportación terminó impactando como una onda expansiva en la realidad: la hija de Roberto Arlt increpó a Piglia por los derechos de ese “texto inédito” robado quién sabe de qué manera.) Y los datos están ahí, apenas musitados en el cuento.
¿Pero qué hay cuando esos engarces, esas transposiciones son realizadas de callado? ¿No se vulnera cierto orgullo de autor a expensas de la lentitud del lector, al que le es inabarcable el cuerpo de la literatura? Esta práctica, que gusta particularmente a muchos críticos sagaces, también crea epigonistas de dudosa calidad, quienes terminan amparándose en la Academia una vez que son descubiertos. Porque esa es la diferencia: han sido descubiertos muy fácilmente a causa de que el engarce (lo que yo estimo como trabajo de valor agregado y que es la precisión del engarce) es muy burdo, trucho, indecoroso. Agregar a “Bolivia Construcciones” treinta páginas de “Nada” (y sospecho que tan sólo para cumplir con los requerimientos del concurso en cuanto a extensión de las obras presentadas), es un engarce trucho, y como sostuve en otro viejo post, no vale el riesgo para un Robin Hood que se precie de tal. Hay que entrar en el Castillo armado de la literatura consolidada y sortear los peligros de un ladrón con sagacidad. Puesto que al momento que chillan las alarmas de seguridad y las jaurías se activan, se debe salir airoso, a capa y espada, y quedar indemne o cuanto menos, trocarse en la leyenda afilada de pobres y menesterosos.
Hay que meditarlo por el lado oscuro del término. Porque estamos hablando de intertextualidad, de copia, de engarce, de bombas ocultas, y de estallidos que desde el texto impactan en la realidad. La oscilación de efectos entre realidad y ficción, es una de las especialidades de Piglia e invita a una crítica de caza mayor. La literatura de lector, presumo, es una maldición epidémica que podría habernos legado Borges (así como Kafka nos legó, a través de una teoría bosquejada en sus Diarios, la de “la literatura menor”, tan menor que termina por ser infranqueable como si se invirtiese a un obstáculo mayor.) Borges dijo que Todo estaba escrito, que no podríamos hacer más que variaciones argumentales de una pocas historias rectoras, clásicas y ya editadas desde el fondo del tiempo. Porque para ser "honestos", y de acuerdo a esta marca endemoniada que Borges imprime en el ADN de la literatura argentina, sólo nos cabe la intertextualidad, el engarce, la cita, las Variaciones Goldborg. Ya no se puede ser Original. El término oscuro, innombrable, proscripto, es precisamente “La Originalidad”. Volver a hablar de originalidad significa retroceder a un estado puro o virginal de la crítica que es prácticamente riesgoso si no irreversible. Por dos razones: primero porque la Originalidad es difícil de estimar (cuánto del texto es realmente novedoso, cuánto es traslado de lecturas subterráneas e inadvertidas al autor), y segundo porque convierte en un tonto a quien habla actualmente de ella. Uno no puede presumir de original, pero sí de falsificador. Es decir, hay un problema en la Originalidad que tiene que ver con la apreciación de una obra literaria (o una obra de arte) y que debe contraponerse y/o aquilatarse con la intertextualidad. Una literatura de autor versus una literatura de lector.
Para los Editores Ejecutivos siempre es mejor editar algo probado que algo por probar. Y aquí surge una paradoja (el huevo tramontina.) Que vayan apareciendo obras con el título “El Enigma de...” (secreto, club, clave, código, etc.) seguido de: “...Vivaldi” (Flamencos, Da Vinci, Dante, Gaudí, etc.), configura una red de Crucigramas Kitsch adictivos como los sudoku que atenazan a los viajeros de subte en sus asientos al borde de la asfixia. Política del intertexto se cruza en algún punto con la política de lo probado, y con lo Kitsch, y en definitiva, con la política de edición (“lo que leemos ahora”.) Explorar estas cuestiones, y en especial, el espinoso tema de la Originalidad exige delicadeza. Al menos, la delicadeza que exigía Henry James cuando decía que un crítico debe ser una demonio de la sutileza.
1 comentario:
Miguel, gracias por la consideración del término. Este nuevo artículo tuyo –como el anterior- es muy inteligente y plantea las cosas con claridad y profundidad, poniendo el dedo donde duele, sin los subterfugios prosísticos habituales de los que no les queda otro remedio -como decía Nietszche- de oscurecer las aguas para que parezcan más profundas.
Mi posición está en las antípodas éticas y estéticas de la “literatura de lector”, y cuando puedo soy un muy combativo y fervoroso denostador de esa concepción tan deprimente, carroñera, voyeurística y burocrática de la literatura. Justamente tengo un borrador sobre el tema y espero encontrar el tiempo en este febrero complicado para mi para que vea la forma de post.
Saludos
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