viernes, junio 25

A qué suenan las vuvuzelas

 Por supuesto, mi limitado tiempo liebre, digo libre, absorbido por los partidos de este mundial. Por cada evento siempre surge una intervención reconocible, autónoma y elemental por parte del auditorio, ese anillo de vectores anónimos y expectantes que rodea como un lazo fatal la cancha. Una vez, fueron las mareas circulatorias de brazos extendidos, otra fueron esos “palitos chinos” inflados aplaudiendo casi en silencio, otra nuestra lluvia de papelitos, y los cantitos combativos, las orquestas de mariaches, las máscaras embanderadas, el carnaval, etcétera, etcétera (como diría Gombrowicz).

Pero en este mundial, nos tocaron las vuvuzelas: cornetas de plástico que vibran prácticamente todo el tiempo, el entretiempo, el segundo tiempo y el tiempo de descuento. Es como un zumbido carrasposo (pienso mientras miro uno de los tantos partidos), un sonido rototraslacional que activa mi memoria. ¿Pero a qué me suena este ataque de las vuvuzelas? ¿Al grito de las bandurrias una mañana fría y patagónica? No, no es eso. La cosa no está en la Patagonia, si no en el continente “caja negra” de África...



Ya sé...

La persistente y afiebrada insistencia de las vuvuzelas me suena a las moscas. A miles de ellas volando entorno a los jugadores. Y es inevitable, porque mi mente saturada de literatura ataca esa parte que electriza o goza o sufre o bosteza el fútbol -según el partido que se preste-, y trae una imagen que se sobreimprime, como un fantasma cinematográfico, sobre el pasto verde rayado por las evoluciones extrañas del Jabulani. Es una imagen mental del libro de Joseph Conrad: El corazón de las tinieblas. Y en especial, ese instante, cuando Marlow observa unos africanos que, inmovilizados por el tórrido calor del ambiente por fuera y roídos por el hambre y la enfermedad por adentro, se apiñan bajo la sombra de un raquítico árbol mientras las moscas zumban por miles entorno suyo, se posan en sus caras inmutables, orillan un ojo indiferente, y esperan pacientemente anidarlos.

¿Acaso estas intervenciones modales del público pudieran interpretarse a través de una semiótica de los pueblos anfitriones? Me suena afectadamente intelectual y apresurada esta hipótesis, pero no aleja de mí la impresión, por cada vez que suena el silbatazo inicial, de escuchar en las vuvuzelas el vuelo rotacional de las moscas de África como una presencia pesada que proviene del exterior, de esa caja negra perdida y jamás recuperada.


[El símbolo que acompaña este post, es la corneta asordinada del correo (the mute posthorn) de R.E.S.T.O.S., una compañía de correo postal paralela y oscura que inventó Thomas Pynchon en su novela La subasta del lote 49. Imagino una sordina semejante que acalle piadosamente las vuvuzelas este próximo domingo, cuando juegue Argentina vs. México en octavos de final.]

3 comentarios:

fander dijo...

A mí me suenan a apocalipsis. Pero un poco más que ese sonido, de por sí rompebolas, me jode que digan que es cultural cuando el fenómeno, en Sudáfrica, no tiene más de 20 años. Pegaron onda con el mundialñ de rugby y ahí lo tenemos, taladrando cabezas.

Miguel P. Soler dijo...

Por supuesto, fander, lo que es cultural es la escucha, las interpretaciones a posteriori. La Fifa, a fin de neutralizarlas, debería cambiar cada vuvuzela por un balde de pochoclos de Hoyts Cinema. Allí donde estos últimos molestan, en la cancha, solo serían un vago rumor crepitante (no sé si no estoy cambiando, vanamente, de moscas a cucarachas o escarabajos peloteros)

Unknown dijo...

Me ha gustado tu entrada. Se que el sonido de estos artilugios pretende evocar el sonido de los elefantes, pero hay que tener mucha imaginación para apreciar esto. A mí me recuerda al zumbido que se oye cuando te acercas a una colmena de abejas.
Por si este clamor no fuera suficiente, ahora cuando ves videos en You Tube tienes una opción para incorporar en sonido de las vuvuzelas. ¿ES NECESARIO SER TAN MASOQUISTA?
Saludos.
esperandoelterremoto.wordpress.com