jueves, marzo 23

El Esperpanto y James Joyce

Todo texto es para Roland Barthes un texto plural. Esto viene a decir, que se presta a múltiples lecturas, y que de acuerdo a épocas y ópticas, son presa de lo que Bloom llama malalecturas: missreading repetidas (aún más cuando son clásicos.) La traducción es un caso particular de relectura donde hay una reconfiguración de los campos retóricos.
Jorge Luis Borges en su artículo Versiones Homéricas (en su libro de ensayos Discusión), ilustra el problema de la traducibilidad a través del debate Newmann-Arnold, en el cual, el primero abogaba por una traducción fiel y cercana a la particularidad de la lengua original, y el otro por la no literalidad y la apropiación a fin de brindar una lectura sin escollos y actualizada. Hacia el final del ensayo, Borges parece inclinarse en favor del último. Todo clásico, por definición, es traducible. Sus acontecimientos son de comprensión universal, y son éstos los que a la larga tienen mayor presencia en la memoria (Borges escribe: "El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio" a propósito del desencadenamiento de traducciones sucesivas sea por una u otra postura.) Según Walter Benjamin serían aquellas obras donde las intenciones están en la superficie, donde es posible tramar un sistema equivalente de valores que no extravíen el sentido. Ese reacomodamiento, al momento de transmigrar en otra lengua, exige un grado de traducibilidad del original, que es de por sí ineluctable para los textos antiguos. La fuerza de supervivencia de estos en un sistema de lenguas cambiantes, será lo que los determine como clásicos (cuando desaparece el medio escrito o cuando nunca lo hubo, su supervivencia depende de su "retentividad" para poder transmitirse en forma oral.)

Escribir contra la traducción es labrar una propia rúbrica, y logro certero de escritores como James Joyce y sus Finnegans Wake o, en distinto grado, del Ulises. La política de escribir novelas universales, casi en Esperanto, es una escritura que tiende a desdibujar al autor, a acuarelizarlo (me recuerda ese adjetivo típico de las reseñas: "despojado", cuando señalan el estilo "despojado" de algún autor esperántico.) Escribir un texto desterritorializado como los textos de James Joyce es afianzar un nombre. Es fatigozo husmear sus textos (la palabra valija es mía); pero es Joyce, como una marca registrada, lo termina por emerger en toda la Crítica como un modelo extremo, como decir el "Faro de La Isla de los Estados": donde todos los barcos naufragan. El problema de la traducción y la reproducción de experiencias de lectura se multiplican en los juegos de palabras, en las citas caóticas de una biblioteca personal, en el apareo de lengua distintas. El stream consciousness obra como un murmullo intraducible, como un diario secreto que sólo es 1:1 comprensible para el autor. "Es el arte -escribe Derridá-, el arte de Joyce; el lugar otorgado para su firma hace obra." Cada palabra tiene su peso en el texto, es irremplazable, piezas de un collage que sirviéndose de sus sonidos, de sus múltiples interpretaciones, de la semejanza con otras de diferentes lenguas, conforman una lengua personalizada que semeja el Esperpanto.

"Estar en su propia lengua como un extranjero", escribe Deleuze. Cuando le propusieron a Joyce traducir su Finnegans Wake al italiano, proyecto conjunto con el autor que terminó por zozobrar en su desmesura, era adoptar la postura de no literalidad, sino de interpretación. Si en el original, el juego entre idiomas afines como el inglés y el alemán potenciaba el nivel plural del sentido, Joyce quería que la traducción se tramara sobre el combate y apareo de los dialectos italianos: combate lingüístico entre una lengua dominante y la de las minorías, entre la lengua de Dante (en el caso Italiano) y sus cuestionantes dialectos (Dante es recuperado por Joyce en toda sus heterogeneidad, en la vida dialectal que mostraba, por oposición a Petrarca, homogéneo en su registro culto.). Pero esto era otra obra independiente, aunque refleja del original: un proyecto ambicioso tan desmesurado y exploratorio como el primero. Esa libertad de traducir (que hace retroceder a sus colaboradores italianos, según lo cuenta Jacqueline Risset) sólo es permisible al autor, su lógica de desplazamiento obra según intenciones. Es éste un lujo que no es autorizado al traductor que pretenda el anonimato, ya que quien traduce este tipo de obras personales está de algún modo rubricando su propia firma.

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