Nicolai vio de repente ante sí a un conocido que había muerto. Durante todo el día. Los días siguientes, vio a otras personas, conocidas y desconocidas. En gran parte, gente en la no había pensado durante años. No podía provocar esas apariciones voluntariamente. Si cerraba firmemente los ojos, desaparecían. Esas personas se relacionaban entre sí como si él no estuviera presente (“era tal como en la realidad, una era un poco más grande, otra más pequeña y tenían también diferentes coloraciones en las partes visibles del cuerpo, en el rostro, las manos y los brazos, y con ropas de todos los colores, tal vez más desvaídos que en los objetos reales”). Al cabo de cuatro semanas ya hablaban entre sí y le dirigían la palabra a Nicolai. En cierta ocasión en que le aplicaron sanguijuelas, la habitación se lleno de personas que pululaban, de mujeres y niños moviéndose rápidamente. Hacia el atardecer, los movimientos fueron haciéndose más lentos. Más tarde, los colores palidecen hasta hacerse blancos. Los contornos perdieron precisión y se desvanecieron en el aire. Durante un rato todavía pudo distinguir fragmentos de algunos de ellos.
Autobiografía de F. Nicolai, ed. por Löwe en Bildnisse Jetztlebender Berliner Gelehrten, 1799, vol. III, p. 3
Un aporte de Robert Musil
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