martes, abril 25

Tanger o la búsqueda incesante



Lograr precisar una ciudad como Tánger exige de mí cierta capacidad de dar nitidez a algo que aún se está construyendo y gestando en mi búsqueda. Un comienzo: es una ciudad que demanda la búsqueda, que no se encuentra al dar la vuelta a la manzana, y cuyos minaretes siempre se desdibujan en el horizonte, nunca accedemos a su centro. Uno siente como Jane Bowles que el movimiento cesará en cuanto seamos Tánger. Su impenetrabilidad (percibido a partir de la impenetrabilidad de los marroquíes) nos incita a la escritura o al constante deambular en el silencio.
No es que Tánger sea la ciudad buscada o ansiada, sino más bien, que es la masilla con la cual se puede modelar un espacio imaginario, allí donde nuestros más íntimos personajes viven y se consumen en los encuentros y desencuentros que gobierna la lógica del sueño. Intuyo que el hechizo que obra ese espacio y el hechizo del sueño son semejantes: el lugar imposeído, en el cual no dejamos de ser extranjeros, el visitar el interior de los textos. La magia no es de quién la habita, sino de quién la visita.

El desierto es como un laberinto móvil: no sirven las huellas, todo zozobra, es imposible la marcación (sólo el cielo da paz, da la marca del sol.)

Juan José Saer en su cuento Discusión sobre el término Zona, tratando de hallar una frontera, un límite entre la pampa gringa y la costa que da al río, llega a la conclusión de que tal límite es imposible: el último lugar de la pampa es el primer lugar de la costa, y el último lugar de la costa es el primer lugar de la pampa. De esta manera, define el término Zona, que es el lugar de su escritura. Análogamente, Tánger pertenece al Sahara y el Sahara a Tánger. La continua movilidad de las arenas dibuja y desdibuja la ciudad y su entorno, pertenece al encanto de un presente estanco, nunca se termina de vagar, de recorrer su cause circular.

"(...)el pulso profético del mundo como un sueño que se extiende desde el pasado hasta el futuro, una frontera entre el sueño y la realidad", la define William Burroughs y agrega: "como visitar el sueño de otro."

A tal punto la ciudad pertenece al sueño de otro, que Jane Bowles en su afán por entender las leyes que la gobiernan, teme pronunciar una palabra equivocada, que bien podría ser trivial en su mundo.

Burroughs, otro escritor boyante en Tanger, en un momento se torna invisible, inadvertido gracias a una técnica propia de guardarse de la mirada de los demás, un viejo poder traído de las mil y una noches.

Me embruja en la lectura de El Cielo Protector, de Paul Bowles, la belleza de los oasis textuales que destaca en el desarrollo de su novela de médanos. Son para mí tres: la historia del Té en el Sahara, la contemplación del cielo protector y por último, el baño nocturno de Kit (invisibilidad.)

Kit es el personaje que en primera instancia vive pendiente de los presagios, siempre un tanto antes de la acción, siempre presa del tiempo. A partir de aquella escena del baño en una cisterna a la intemperie, cuando la ciudad duerme, todo cambia, cambia su percepción, siente su cuerpo, llega al presente ubicuo. El no pensar, el dejar fluirse por las cosas, la abolición del tiempo, la movilidad de las arenas (los oasis de amor con Belqassim, en el desierto de la posesión por el letargo o por el otro acompañante no deseado.) Todo resbala por su piel: los acontecimientos, las horas, la arena. Kit es una posesa, el arquetipo del vagar como un flaneaur.

El cielo protector es esa capa de espesor nulo, que divide el infinito y el presente, homogéneo, ininterrumpido, sin fisuras y sin oasis.

Por otro lado, el Tánger de Truman Capote, cuyas delicias son la convivencia con personajes irreales como también con sus historias en el escenario de un lugar hechizado, me hace traer desde un texto de Chesterton, ese otro esbozo preciado de la ciudad onírica, campo de exploración de la escritura: Saffron Park (El Hombre que fue Jueves.)

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