martes, julio 3

R I C E R C A R



Escucho los 24 preludios y fugas de Dmitri Shostakovich, interpretados por las cinegéticas manos de Keith Jarrett, mientras enebro estas líneas entre sus cascadas que a la vez remiten a Bach y a la Rusia soviética como la confluencia de dos aguas procelosas. ¿No lo escuchan ustedes?

Es tal mi inercia impulsada por las corrientes del piano, tal mi sensación de absoluto ante la Fuga que pretende abarcar todo el espectro del oído humano, que me sorprende que no puedan escucharla conmigo, en simultáneo. La escritura es como una estrella muerta iluminando débilmente el cielo, pretendiendo a su vez incendiar con su calor el universo. Después de todo los antiguos hablaban de una música de las esferas cuya partitura imposible de imaginar diera cuenta de todo el movimiento estelar que murmura en sus goznes.

Shostakovich alrededor de 1950, con el modelo de esa maravilla compositiva que es El Clave Bien Temperado de J.S. Bach, compone 24 preludios y fugas que parecen piezas modernas y antiguas a la vez, personales y ajenas. Como si las enlazara a fragmentos bachianos y se deslindara de ellos hacia otros climas, fugándose hacia otras direcciones para volver a cruzarse con ellas: amantes persiguiéndose a través de un bosque frondoso.

Pienso en la Ofrenda Musical, aquella composición deliberadamente incompleta que Bach dedicó a Federico el Grande, Rey de Prusia, en 1747, y elaborado a partir de un tema musical que el mismo rey imaginó para la ocasión. El viejo Bach lo transformó en piezas a tres y seis voces: “Para dar idea de lo extraordinario que es una fuga a seis voces, baste decir que en todo El Clave Bien Temperado de Bach, constituido por 48 preludios y 48 fugas, sólo dos de las fugas están hechas a cinco voces, y no hay ni una sola a seis. La tarea de improvisar una fuga a seis voces podría compararse, por decir algo, a la de jugar con los ojos vendados sesenta partidas simultáneas de ajedrez y ganarlas todas. Improvisar una fuga a ocho voces está francamente po encima de las capacidades humanas” (cito a Douglas Hofstadter de su libro Gödel, Escher, Bach)

Sé que llegaré a un punto dónde me diga “todo no lo hice, pero sabía que iba a ser así”. Imposible que nos asignen un día de la marmota, y repetido hasta la extenuación, aprender a tocar el piano de una manera más fluida, dominar la ejecución y sus cromáticas posibilidades. Saliendo de la tríada existencialista que nos brinda el lugar común: tener un libro/escribir un árbol/plantar un hijo, me propongo un cuarto punto al que fijar mi residencia en la tierra. Si bien no tengo la energía humana para componer mi propio clave bien temperado a fin de conectarlo a esa galaxia Bach-Shostakovich de partículas imantadas, me dedico a aprender y tocar unos pocos preludios y fugas de Bach. Cada tanto, cuando visitó a mis padres, voy al piano después de tomar mi café con leche, prendo la lucecita sobre el pentagrama de mi ejemplar de El Clave Bien Temperado, y ataco como un cangrejo el Preludio XXII o el Preludio XXIV. Los memorizo, los pulo como un trozo de materia incandescente, me sumerjo en su agua antigua y futura.

Antes de morir quiero por lo menos haber tocado, de la mejor manera posible, una pieza breve y diamantina de Bach. Como quien desea acariciar la piel de una mujer bellísima e imposible. ¿No es fascinante que la música deba ser “tocada” en un piano? Cuando toco y me deslizo a lo largo de todas sus octavas, es como si multiplicase mis sentidos, como si pudiese ser más que uno. Y esa es la sensación que producen las fugas: que el músico se vuelve plural, que se cloniza de mínimos a máximos, de menores a mayores. Y a veces, tomo el volumen completo y paso las páginas con desesperación, como si hojease un libro ilegible y fascinante, los pentagramas intrincados. Toco unos compases al azar, pronto los pierdo, y en mi inercia, sigo con mis propias notas, mis matices, mis acordes menores, un tema que me brota de la conversación trunca con Bach. Y las notas se me degranan entre los dedos.

Me alejo del piano con un suspiro. Hice lo que pude por hoy y me siento un poco más tibio.

Papá me suplanta: reemplaza El Clave Bien Temperado por las Sonatas de Beethoven y ataca su ejecución con paciente melancolía. Me alegra no estar sólo en este combate y se lo expreso apretándole levemente un hombro.

Y escucho…

Como ustedes pueden escuchar a Shostakovich a través de Jarrett ahora, ¿o no lo escuchan?

4 comentarios:

Reina dijo...

shhh, si. Escucho y me conmueve.

Unknown dijo...

Pues yo he estado esta semana escuchando el Köln Concert también por el bueno de Jarret.

Reina dijo...

ese concierto de colonia fue lo primero que escuché de KJ hace muchísimos años!!, me acuerdo que un amigo me lo cambió por un disco de Frank Zappa. Estoy vieja

Miguel P. Soler dijo...

Köln Concert es una maravilla de improvisación, aunque me gusta cuandose ciñe más a la partitura. Por ejemplo, en la última pieza del mismo disco. También fue lo primero que escuché de Jarrett, y el CD me lo regaló mi primer profesor de prácticos cuando empecé a cursar Letras. Así que va un abrazo Gabriel, un excelente docente del underground de la carrera. Gracias Dani, gracias Mauricio.