lunes, mayo 10

Children´s Corner

Publicado originalmente en Crónicas Inútiles

Mi desencanto con la Feria del Libro, ha ido creciendo estos últimos años. En mi “primera juventud”, solía llevarme como mínimo diez libros de distintas editoriales, comprados al 20 y al 30 % con un certificado de docente falsificado con mucha simpleza y gratitud. Iba por lo menos tres o cuatro veces, entrando con mi libreta de cartulina de Filo, cada vez más momificada en cinta scotch, hasta que un patovica me avergonzó cuando se burló de que no había dado un final desde el siglo pasado. Ya para el 2009 fui una sola vez y no compré ningún libro. Pensé que no tendría nada nuevo que contar este año, pero me terminé llevando una sorpresa.

Es la primera vez (¿será la última?), que me invitaban a ir a la feria como “autor”. Y acá el lector, seguramente, esperará con cierta incomodidad, que se venga el envanecimiento y autopromoción del tipo que escribe y que ante el menor guiño de la Feria (ese monstruo atemporal inflado de helio, zeppelín mongolfier), cree que asciende aupado por la Literatura Universal. Pero “autor”, tal como lo entiendo, es una bella máscara para cualquier carnaval, una especie de comodín que puede esconder al escritor de líbelos revolucionarios, al poeta de gingles imborrables, al graffiter fugaz y anónimo, al creador de puzzles criptográficos, al blogger transmutado en book-star, al educador idealista que perpetra ejercicios estimulantes que despierten mentes inquietas. Creadores de historias y de estructuras. En resumen, al “autor” me lo imagino como alguien que pretende deformar un medio o la mente utilizando las palabras (por lo menos, en cuanto a los libros, y dándole un poco la espalda al famoso ¿Qué es un autor? de Foucault, péndulo paradójico).

Bueno lo cierto es que, para acceder cómo invitado, ese jueves 29 de abril, tuve que entrar por la puerta trasera del Feria, debiendo rodear todo el búnker de la Embajada de EEUU, y evitando así, el hall de entrada donde imperan las grandes editoriales. Este cambio de orientación también afectó mi percepción de la Feria, como si me alistase al mundo combatiente detrás de espejo y de un momento a otro, esperará la aparición insidiosa de Alicia.

El stand al que iba para brindar por su primera aparición en la Feria con su cálido y laburador staff, tomándome un rico vinito y picoteando unos canapés, era el anaranjado y exiguo espacio de
Estación Mandioca, una editorial relativamente nueva orientada a la docencia, con libros de texto para los distintos niveles y materias de enseñanza, pero con un par de colecciones de libros para chicos que entusiasman la lectura y fomentan la creación de lectores atentos. El universo de la literatura infanto-juvenil (una denominación discutible y de límites a veces neblinosos) es, salvo por uno o dos ejemplos, nuevo para mí. Es decir, el año pasado, estaba fuera de foco cuando entraba a la Feria. Pero este año, percibo que es un universo en leve expansión, desde las espaldas de la Feria y en distintos puntos heterogéneos de su distribución tricolor, y si van, se darán cuenta de ello. Los mejores stand, los más atractivos a la mirada, los más “air-freshing” son los de literatura infantil. Los colores, los muñecos, las formas curvilíneas de sus arquitecturas y festones, las caricaturas y personajitos que quieren superar los delirios de Tim Burton, todo llama la atención de los visitantes. Ni siquiera la gigantografía plana del Buda que está todos los años, sorprende de la misma manera. Casi todo stand, aún de las grandes editoriales, tiene su rincón llamativo orientado a los niños. Noto que muchos autores de literatura para “grandes”, han sido instados a publicar sus libros para chicos. Lo más peculiar, es que este año el fenómeno está más acentuado que el de años anteriores. Como si la Feria del Libro estuviese siendo fagocitada por la Feria del Libro Infantil (una feria que, de hecho, viene temporalmente detrás).

Con un simple escaneo previo, observé el anquilosamiento de la tradicional Feria. Fui a Riverside Agency, y pregunté por El Original de Laura, la traducción del libro intangible de Valdimir Nabokov y que ya publicó en España Anagrama. Vacilando, afectado por una inocente pregunta fuera de los estantes que podía controlar, el puestero me respondió que esperaban con angustia unos conteiners demorados. Tal vez, en ellos viniese el libro por el que preguntaba. A continuación, me acerqué a Tusquets. Ni siquiera vi el libro de Olguín entre los otros, y menos expuesto en pedestal olímpico como uno podría esperar para promocionar sus novedades. Pregunté al cortés vendedor de la caja (que un año me vendió con muy buena onda, al 30% de descuento, el monumental Gödel, Escher, Bach en su edición de tapa dura), por los libros de Thomas Pynchon. Me mostró en un bello catálogo, que se editaría Contraluz para junio, aprox., de este año. ¡Pero Pynchon editó otro libro antes, aún no traducido! ¡Un autor que escribe cada diez años, y ya le vamos tan a la distancia que da pavura! ¿Lo más nuevo que tienen las grandes editoriales son catálogos? Los stand son fotocopias deslustradas de años anteriores: así como los desmontan un año, lo vuelven a montar al siguiente.

Mientras atrás se desarrolla una pirotécnica batalla de tizas, adelante los padres bostezan mirando la calle entre sus muebles viejos. ¿No hay que captar lectores? ¿Acaso esto no muestra que se siente que han perdido la batalla con el lector adulto? ¿Es posible que tengamos que reorientar todas las estrategias a apuntalar un lector temprano? ¿La resultante de la fuerzas de la literatura infantil llevarán a Pynchon en la edad madura?

Me parece que este universo colorido que percibo en expansión, en la Argentina, merecería un análisis crítico más serio que las impresiones de un caminante de patios traseros (¿soy un sexto backyardigans alumbrado por mi hija hace tres años?). Y como en toda guerra que se precie de tal, creo (pretendiendo ser estratega de la palabra), que hay que luchar en todos los flancos y por medio de todos los medios. Creo que abandonar la lucha en el frente, largar la mano al lector maduro, es un error. Crear una literatura integrativa de todas las edades del hombre, no es imposible (pensemos en dos cuentos de hadas: Alicia detrás del espejo y Lolita, dos libros de scf: Crónicas marcianas y El arcoiris de gravedad), pero exige esfuerzo e inventiva.

Imagino tramas complejas, recorridas a través de esos peloteros laberínticos que cualquier nene acometería con pasión. ¿Cuántas veces no sentimos el impulso de ir detrás de ese pibe, y olvidarnos del acartonamiento que nos atornilla a la mesa de los grandes? Todo el problema estriba en la falta de energía que, aún escasa, habría que administrar con inteligencia. Todo el problema está en la inmovilidad, el rigor mortis de la falta de cambio que aqueja a los “grandes” en el frente de la Feria del Libro, nuestro helado zeppelín.

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