miércoles, julio 6

Pynchonavegando en régimen turbulento

Traspasé ya la mitad del voluminoso Contraluz del ing. Thomas Pynchon. Vengo armándome un mapa de navegación que utiliza ciertos personajes, a través de sus nombres, como si fuesen estrellas: las boyas más importantes del firmamento y que servían a los navegantes transoceánicos (no hace mucho, soñé con una especie de astrolabio desarmado en pivoteantes piezas de bronce bruñido que, al contrario de los conocidos artefactos de múltiples ruedas, rayos y arábigas inscripciones, más bien parecía un giróscopo de cuatro grados. Uno más que el que detenta los giróscopos de los aviones para la aeronavegación: corazones secretos del vuelo, así como los tubos pivots, órganos sensibles que pueden acarrear el desastre). Hay una común opinión de que el lector experimenta un efecto de desorientación, de desorden, de caos. Sin embargo, a medida que cartografío y sintetizo, uno puede percibir que solo es turbulencia controlada. Tengo la certidumbre de que Pynchon es un colega, un ingeniero aeronáutico, o cuanto menos (espero no producir suspicacias), un ingeniero mecánico. Pero si uno escribe informes técnicos para la Boeing, como lo dice la solapa con el cuadro tachado de Tusquets, es altamente probable que se deba contar con una matrícula profesional aeronáutica y al menos cinco años de experiencia en el rubro. Yo, si fuese un detective salvaje, intentaría acceder y rastrear esa matrícula en el Consejo Profesional (una como la que yo pago aún, año a año), y aunque probablemente Thomas Pynchon ya haya dejado la profesión, no me extrañaría encontrar tras ese número un representante técnico de alguna aeronave o flotilla o pequeña empresa, o a un dueño de un avión privado.

En el monstruo argumental y estilístico de Contraluz (una literatura de izquierda y de derecha trabajando al unísono como el cerebro aún no invadido por el pánico cirrus de un piloto), por ahora aprecio la ductibilidad y la libertad de un tipo que edita lo que quiere, con sus aciertos, sus complejidades y sus riesgos. Un escritor extremo bancado por un editor extremo. Eso es lo más envidiable de Pynchon (al menos para mí): el uso y abuso de los seis grados de libertad que habita como Skip, la centella parlante. A pesar de ser un libro excesivo, a veces moroso y a veces intrépido (veáse los lectobioritmos trazados por Martín Cristal en su blog como ejemplo), es obvio que discurre de una manera controlada y orquestada, casi jazzisticamente (es decir, hay estructura e improvisación habitándola). Es una turbulencia congelada de difícil navegación, pero imbuida de un espíritu juvenil y apasionado.

Hay dos fuerzas primarias en mi lectura (una simplificación, de alguna manera, de ese espectral lectobioritmo que por cada lector es distinto y único, ya que depende de contingencias externas e internas: colectivos y traslados, sueño atrasado, lecturas juveniles y futuras, el peso mayor o menor del ejemplar inmanejable, la traducción agreste, la infame y mezquina dosis de tinta en la impresión editada para empobrecidos lectores de papel): cada vez que aparecen los Chicos del Azar, el libro remonta vuelo, se insufla de aire y levedad, de imaginación y belleza. Cada vez que aparecen los Traverse (salvo Kid, ya que enlaza con los Hazzard Kids), el libro se hunde, se hace de piedra y aletarga, se hace predecible anclado en las entrañas sólidas de la tierra. Dos generos en pugna: el aéreo de la literatura juvenil versus el pedestre del western. Mi lectura es una primera aproximación, envolvente e imprecisa: como toda integración simplificativa de funciones tan irregulares como un lectobioritmo de Cristal.

Como background para mi navegación, me doy cuenta paso a paso como quien reconoce el paisaje de una pesadilla recurrente, me basta por ahora mi gran caja de apuntes de la UTN (que descansa sólida en un armario de la casa de mis viejos). No me extrañaría que Pynchon escriba desde una caja parecida en algún lugar bilocalizado.

2 comentarios:

Raul Lilloy dijo...

leo vineland de pynchon, me gusta, probaré con el mamotreto que recomiendas, si es malo, voy a ir a verte y te voy a cagar a trompadas.

Miguel P. Soler dijo...

Raul, si te gusta Vineland que es la novela más flojita de Pynchon, no creo que tengas de que preocuparte. De todas maneras, podés venirte cuando quieras: acá en la capital vivimos armados. No te olvides de traete unos vinitos.
Un abrazo.-