Insólito procedimiento judicial. El condenado es ultimado en su celda por el verdugo, sin que se admita la presencia de otras personas. Está sentado junto a la mesa, y termina su carta o su último almuerzo. Golpean, es el verdugo.
—¿Estás preparado? —pregunta éste.
El texto y el orden de sus preguntas y sus órdenes están previamente prescriptos; no puede apartarse de ellos. El condenado, que en el primer momento se levantó de un salto, vuelve a sentarse, se queda con la mirada fija en el vacío o se cubre la cara con las manos. Como el verdugo no recibe respuesta, abre sobre la tarima su valijita de instrumentos, elige los puñales y hasta da un último retoque a sus diversos filos. Ya ha oscurecido mucho; coloca sobre la cama una pequeña linterna portátil y enciende la luz. El condenado vuelve furtivamente la cabeza hacia el verdugo, peor cuando ve lo que está haciendo se estremece, desvía nuevamente la mirada y no quiere verlo.
—Ya estoy dispuesto —dice el verdugo después de un ratito.
—¿Dispuesto? —grita inquisitivamente el condenado, que se levanta de un salto y se decide a mirar de frente al verdugo—. No pensarás matarme, no pensarás extenderme sobre la tarima y clavarme el puñal, después de todo eres un ser humano, admito que puedas ejecutar a alguien en el patíbulo, antes tus asistentes y magistrados, pero no aquí, en la celda, como una persona mata a otra persona.
Y como el verdugo calla, inclinado sobre la valijita, el condenado prosigue con más clama:
—Es imposible.
Y como el verdugo insiste en no decir nada, el condenado continúa:
—Justamente porque es imposible, se ha instituido este insólito procedimiento. Había que conservar las formas, pero la pena de muerte ya no se cumple. Me llevarás a otra cárcel, probablemente tendré que quedarme allí bastante tiempo todavía, pero no me ajusticiarán.
El verdugo retira una nueva daga de su cubierta de algodón, y dice:
—Probablemente te refieres a esas leyendas donde un criado recibe la orden de abandonar a una criatura, pero no lo cumple, y prefiere en cambio dejar al niño como aprendiz de un zapatero. Ésa es una leyenda, pero ahora no se trata de ninguna leyenda.
Diarios, Franz Kafka
1 comentario:
¡Como un perro!
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