Para que todo diseño pase a construirse necesita su piedra fundamental: su anclaje a la realidad. Bien sabemos que no siempre se dan las condiciones favorables para ejecutar un proyecto, siquiera para encarar el estudio de suelos. Sin embargo, La Barbaca es el único diseño que no precisa piedra fundamental, siendo instantánea como una sopa y potencial como un avión en pista. La concibió en 1969 el arquitecto argentino Pedro Scherzovic, atento a las tendencias experimentales de la época (la fragmentación, el montaje y la estereofonía), a través de la simple idea de ensamblar en una gran construcción, distintos edificios ya existentes de la ciudad, resultando un extraño castillo facetado y eterno.
Suele suceder que la propia desmesura de los proyectos más ambiciosos (tales como La Sagrada Familia de Gaudí), los llevan casi siempre a la incompletitud: en parte por los presupuestos iterativos, los adicionales inflacionarios, los conflictos internos del ruidoso gremio de la construcción, pero aún más, a causa de los tiempos de ejecución que se expanden como lombrices sobre las gráficas de Gantt, devorando la propia vida del constructor. Scherzovic temió dejar, aunque virtual, una obra inacabada para la sola admiración de los amantes de la vajilla rota y la erosión.
Por esa razón, se dedicó en una primera etapa a definir los límites precisos de La Barbaca, eligiendo el montaje de edificios que le asegurasen perennidad, ya sea por su carácter histórico como por su importancia funcional, sin eclipsar su personal visión estética que los integra como un solo edificio. La segunda etapa fue simplemente postular que la composición arquitectónica creciese desde adentro: cualquier combinación propuesta por él o por sus colaboradores, expandiría la estructura interna sin avasallar los límites prefijados. De esta manera, resolvía una construcción en continua mutabilidad, creciente como el universo en expansión. Aunque él muriese, no dejaría de estar completa.
En Zabala y Tres de Febrero, en el barrio de Belgrano, puede verse uno de los vértices de La Barbaca: “el Zigurat Norte”. Edificio originalmente construido por el Ingeniero A. de Ortúzar, configura a pesar de su austera línea geométrica, uno de los más interesantes hallazgos de Scherzovic. Si uno toma alguno de los colectivos que van a la Estación del Bajo Belgrano, yendo por la Avenida Juramento, y apoya la cabeza sobre el respaldo de su asiento, verá irrumpir como en el claro oportuno de una fronda edilicia, ese vértice casi flotante que erige una breve pirámide escalonada sobre un festón de tejas españolas.
En la nave sur de La Barbaca, uno de los inmensos ventanales da al maravilloso “Patio Morlock” (llamado así en honor a H. G. Wells, su escritor admirado): un paisaje de boscajes achaparrados entre mesadas de cemento gris que puede visitarse junto al Lago Quillén, a 46 kilómetros de Aluminé, Rio Negro.
Una solución técnica muy ingeniosa, fue el de las columnas. El equipo de ingenieros las transformó en “rótulas” cumpliendo una doble función: torres donde los planos pudiesen pivotear libremente como sobre goznes bien aceitados. Por ejemplo, la Rótula 35, ubicada en Avenida del Libertador y Callao (hoy Museo MARQ), es una de las columnas principales que sustenta la inmensa bóveda del Salón de Fiestas, y a su vez, permite el giro del ala norte hacia la nave central.
Más complejo es concebir la identidad y consistencia del proyecto, pero al ver los planos de La Barbaca que se pliegan como pantallas de un hipertexto (vegetales y copias heliográficas superpuestas e imbricándose), la continuidad y armonía de los espacios y líneas hacen un “todo” en la mente del profesional que contempla y estudia cada detalle. La complejidad va más allá del mero enlace de simetrías, puesto que allí dónde se articulan, se estudiaron las instalaciones sanitarias, la luminotecnia, el cableado eléctrico, etc., a fin de mantener la continuidad de los perfiles y pendientes, diámetros y presiones, los voltajes, la circulación del aire y los gradientes de temperatura.
Ustedes dirán que hasta aquí, es sólo el delirio de un copista medieval, de un artista del collage arquitectónico, un coleccionista de rompecabezas. ¿Dónde está la potencialidad de esta nueva forma del diseño, acaso más ingeniosa que creativa?
Pedro Scherzovic sostiene que en el Futuro anida la posibilidad de una tecnología de plegado espacial: una técnica que permita pliegues instantáneos entre los espacios. Entonces, su Barbaca será el “lugar” experimental que se preste con mayor precisión y belleza a tal manipulación fantástica. Asegura que esto es tan posible como la extinción de la especie o la conquista de Marte, tan o más posible que ver que la chorreadura involuntaria de un tintero Pelikán escribe nuestro nombre: siempre estará dentro de la cola extrema de una campana de Gauss.
Por ahora sólo es un sueño, una arquitectura potencial. El día que exista esa tecnología hoy inconcebible, La Barbaca se armará instantáneamente con la solidez de un gliptodonte, y muchos nos veremos adentrados en ella, habitándola como fantasmas convocados.
Suele suceder que la propia desmesura de los proyectos más ambiciosos (tales como La Sagrada Familia de Gaudí), los llevan casi siempre a la incompletitud: en parte por los presupuestos iterativos, los adicionales inflacionarios, los conflictos internos del ruidoso gremio de la construcción, pero aún más, a causa de los tiempos de ejecución que se expanden como lombrices sobre las gráficas de Gantt, devorando la propia vida del constructor. Scherzovic temió dejar, aunque virtual, una obra inacabada para la sola admiración de los amantes de la vajilla rota y la erosión.
Por esa razón, se dedicó en una primera etapa a definir los límites precisos de La Barbaca, eligiendo el montaje de edificios que le asegurasen perennidad, ya sea por su carácter histórico como por su importancia funcional, sin eclipsar su personal visión estética que los integra como un solo edificio. La segunda etapa fue simplemente postular que la composición arquitectónica creciese desde adentro: cualquier combinación propuesta por él o por sus colaboradores, expandiría la estructura interna sin avasallar los límites prefijados. De esta manera, resolvía una construcción en continua mutabilidad, creciente como el universo en expansión. Aunque él muriese, no dejaría de estar completa.
En Zabala y Tres de Febrero, en el barrio de Belgrano, puede verse uno de los vértices de La Barbaca: “el Zigurat Norte”. Edificio originalmente construido por el Ingeniero A. de Ortúzar, configura a pesar de su austera línea geométrica, uno de los más interesantes hallazgos de Scherzovic. Si uno toma alguno de los colectivos que van a la Estación del Bajo Belgrano, yendo por la Avenida Juramento, y apoya la cabeza sobre el respaldo de su asiento, verá irrumpir como en el claro oportuno de una fronda edilicia, ese vértice casi flotante que erige una breve pirámide escalonada sobre un festón de tejas españolas.
En la nave sur de La Barbaca, uno de los inmensos ventanales da al maravilloso “Patio Morlock” (llamado así en honor a H. G. Wells, su escritor admirado): un paisaje de boscajes achaparrados entre mesadas de cemento gris que puede visitarse junto al Lago Quillén, a 46 kilómetros de Aluminé, Rio Negro.
Una solución técnica muy ingeniosa, fue el de las columnas. El equipo de ingenieros las transformó en “rótulas” cumpliendo una doble función: torres donde los planos pudiesen pivotear libremente como sobre goznes bien aceitados. Por ejemplo, la Rótula 35, ubicada en Avenida del Libertador y Callao (hoy Museo MARQ), es una de las columnas principales que sustenta la inmensa bóveda del Salón de Fiestas, y a su vez, permite el giro del ala norte hacia la nave central.
Más complejo es concebir la identidad y consistencia del proyecto, pero al ver los planos de La Barbaca que se pliegan como pantallas de un hipertexto (vegetales y copias heliográficas superpuestas e imbricándose), la continuidad y armonía de los espacios y líneas hacen un “todo” en la mente del profesional que contempla y estudia cada detalle. La complejidad va más allá del mero enlace de simetrías, puesto que allí dónde se articulan, se estudiaron las instalaciones sanitarias, la luminotecnia, el cableado eléctrico, etc., a fin de mantener la continuidad de los perfiles y pendientes, diámetros y presiones, los voltajes, la circulación del aire y los gradientes de temperatura.
Ustedes dirán que hasta aquí, es sólo el delirio de un copista medieval, de un artista del collage arquitectónico, un coleccionista de rompecabezas. ¿Dónde está la potencialidad de esta nueva forma del diseño, acaso más ingeniosa que creativa?
Pedro Scherzovic sostiene que en el Futuro anida la posibilidad de una tecnología de plegado espacial: una técnica que permita pliegues instantáneos entre los espacios. Entonces, su Barbaca será el “lugar” experimental que se preste con mayor precisión y belleza a tal manipulación fantástica. Asegura que esto es tan posible como la extinción de la especie o la conquista de Marte, tan o más posible que ver que la chorreadura involuntaria de un tintero Pelikán escribe nuestro nombre: siempre estará dentro de la cola extrema de una campana de Gauss.
Por ahora sólo es un sueño, una arquitectura potencial. El día que exista esa tecnología hoy inconcebible, La Barbaca se armará instantáneamente con la solidez de un gliptodonte, y muchos nos veremos adentrados en ella, habitándola como fantasmas convocados.
1 comentario:
Esa arquitectura descrita con un lenguaje tan claro y a la vez complejo por los sentidos que tiene, es un gran sueño, sí. Uno quisiera ser el conjuro del gliptodonte y estar en La Barbaca, desde al cual el exterior se agiganta para ser absorbido como un inmenso poema vivo...
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