sábado, noviembre 12
Fragmento ficcional a punto de borrarse
Contemplé a dos nenes construyendo ensimismados un castillo de arena. ¿La patria es la infancia, como dicen? Recuerdo, que en una ciudad de verano tan pequeña como está, tenía mi barrita de amigos con quienes jugar a la pelota, y corríamos al mar como un solo grito para sentir que lo revolvíamos con nuestras cabriolas y barrenadas. Miramar no está emplazada sobre las dunas y entre pinares como Villa Gesell, sino que es más parecida a un damero junto al mar, y por ella me desplazaba en bicicleta como si fuese mi imperio. Recuerdo que a los quince años era esmirriado y tímido, y me había enamorado perdidamente de la prima de Luis, mi mejor amigo de entonces. Seguíamos integrando la vieja barra de amigos en Miramar, pero la adolescencia nos había suministrado diferentes armas a cada uno. A mí me había dado la poesía, a Luis el rock, y a Carlos “el Sarna”, la prepotencia. Claudia era como un sueño imposible: deliciosa, sonrosada y voluptuosa en su malla enteriza. Cada vez que estaba cerca de ella, su aroma me embriagaba, su mirada distante y altiva a veces captaba mis torpes emisiones de amor enmudecido. Ella apenas hablaba, y cada vez que lo hacía, solo eran breves frases mimetizándose en su risa juvenil. Nadaba como una diosa, mar adentro, lejos de mi límite natatorio. Una vez, contemplando el mar como ahora (y eran muchas las veces), pensé que sobre las olas todos éramos extranjeros. Siendo fluido en movimiento, y como diría Heráclito (yo todavía no lo había leído), no nos bañábamos dos veces en el mismo mar. Imaginé un pueblo que se trasladara como un nenúfar sobre la superficie del océano, su épica y su historia, y su neréidica heroína: Claudia. Escribí enfebrecido un largo canto con esa imagen y se la ofrecí a ella, temblando de emoción. Al otro día, vi mi poema en manos de el Sarna, con Claudia junta a él festejando sus chistes, mientras el hijo de puta, sin dejar de rascarse, transformaba todos mis versos en palabras obscenas, con la artística inclusión de dibujos pornográficos en sus márgenes. Ahí supe que la literatura no era lo mejor para conquistar chicas, y cambie mis estrategias. No faltará quien diga que mi historia explica mi actitud para con las mujeres; y tampoco faltara quien sugiera, que Carlos “el Sarna” al igual que Claudia, tal vez fueran de familia adinerada, explicando así mi elección por la izquierda. Como pude comprobar años más tarde, Pablo, mi amigo de la facultad, seducía y conquistaba con su elocuencia y su literatura, de una manera efectiva y profunda. Y además, el Sarna no dejó de ser otro muchacho más de padres sacrificados y de clase media en lenta disolución, un futuro empleado para empresas de servicio privatizadas. Lo lamentable es que la vida moderna, con su alienante velocidad consumista, nos condicione a una mentalidad prefabricada. Y pienso que esto, nos impide acercarnos cada vez más, al secreto de la existencia por cada minuto que avanzamos en el futuro.
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3 comentarios:
me río de aquellas mujeres que no pueden ser seducidas por la literatura, me río de carlos y pienso que es una lástima que haya tantos carlos y tantas claudias dando vueltas por ahí. creo en la infinitud del agua salada y yo también me he sentido extranjera mientras un lobo marino nadaba muy cerca de mi.
hernan ¡¿el secreto de la existencia?! na..
en el texto rescatás una imagen màs poderosa
¿cuál, paula?
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