lunes, mayo 16

Jauría Activada

Evidentemente, Acteón es un nom de plum,elegido sin demasiadas expectativas de su fuerza, una elección más intuitiva que meditada. Seguramente habrá mejores máscaras para circular en esta extensa fiesta de carnaval, entre serpentinas eslabonadas de bites, queriendo ser otro. Después de todo, cuántos de nosotros no nos escudamos tras nombres más o menos vistosos. Tal vez, lo más extraño, lo más paradójico, es buscar por cada palabra que escribimos en la red, una sinceridad, un desprejuicio que no evidenciaríamos tan desprotegidamente en la vida real.
Si uno escribe, parece no vivir. Rimbaud es el ejemplo más perfecto, en su indolencia adolescente, de que hay un dejo de verdad en esto. Bastaría dejar un libro en el claro de un bosque, y esperar al lector que, tomándolo y sumergiéndose en su lectura, sea la perfecta víctima para el objetivo de un arma desde la espesura.
Si uno pretende escribir de sí mismo, debe salir a vivir, y a la vuelta de su extravío, si aún su sensibilidad no le hace temblar la voz, contar aquello que trajo consigo. Sin embargo, me demoro pensando (como pichón nonato de escritor), que uno debiera contar en realidad de aquello que no es uno. Salir a la calle, pegarse como una lapa a una persona, y tratar de traer su visión. O tan sólo, la fosforescente huella de su paso, un rastro de respiración, una inquietud solapada de estar siendo registrado por el tiempo mermante de una hora. Como Acteón, desde la espesura de su amparo de cazador, mirando a la bella cazadora en el claro. Intimidado, tembloroso en su percepción. Para tan pronto, advertido, ser devorado por sus propios perros.
En la red, uno tiene esa extraña sensación de la caza. Uno entra en su espesura, elige un tanto azarosamente una máscara, se pega tratando de dar claridad a su visión. Pero tan pronto como es advertido, comienza la metamorfosis. Sus propios perros (palabras de dientes acerados y pulidos por la devoción de un dueño de sus actos), "tiemblan de carreras", y se lanzan tras de mí, salvajes y voraces como elásticos boomerangs del sentido.

Sí, bueno. Son pensamientos un tanto divagantes y brumosos, los que vengo escribiendo hasta el momento. Buscan la precisión y se demoran en la inexactitud de sus herramientas.
Escucho ladridos en la noche. Apagaré por ahora, mi lintera y mi voz. . .

miércoles, mayo 4

Silencio postergado

Es increíble la cantidad de silencio que media, como un mar, entre esta anotación y la anterior. Como si estuviese en el borde de un pozo inextendido, y arrojase una piedra esperando escuchar el "block" de su fondo; pero nada . . . Tal vez sea tan profundo y tan lejano, que mi oído jamás lo perciba, o la piedra jamás quiebre la superficie de un fondo para orlarse de ondas, cerrándose en abanico hasta chocar con mi indolente espera.
El cielo está gris, un pichón raya su espesura, el pino apenás se agita trémulo en la brisa, la lluvia se anuncia en su ausencia. Un mismo silencio se propaga (el tecleo lo posterga, pulso a pulso). Un silencio muy parecido al de quien no tiene nada que decir, ni que contar. . . (¡que perdida de tiempo!, ¿no? O pérdida paulatina de visión, bajo esta lluvia de rayos catódicos, el temblequeo de la luz eléctrica que atenta contra tu mirada, tu lectura que se desgana con cada palabra eslabonada, sin gracia, sin esfuerzo, sin dirección)
El silencio escrito de quien no tiene nada que decir . . . ¿Acaso no hay ya muchos que revuelven sus armarios, sus cabezas irradiadas de visiones de pantalla, de voces acodadas sobre hilos telegráficos, ondas de radio, celulares vibradores, en procura de un intante de vida orgánica, de experiencia muscular?
De lo que no se sabe, mejor callar. Buen concejo para los muertos, pero no para mí.