sábado, octubre 29

Sobran motivos para ser salvajes



Salió a la venta el libro Los archivos de Nación Apache, una cuidada e inteligente selección de textos realizada por Paula Pampín, Omar Genovese y Guillermo Piro, extraidos del multipremiado sitio web que todos conocemos. La edición de por sí es bella, tanto en su papel satinado como en el peso sorpresivo de su portatilidad, así como también en la sobriedad y simpleza de su diseño paratextual (un sugerente fantasma de tinta mitad ataque de pluma y mitad libro desgajado nos llama desde su portada).

Gracias a la calidad y pirotécnica variedad de los textos reunidos, así como también a la entusiasta participación de sus autores (la amplia mayoría de reconocida trayectoria escrituraria), este libro es un claro reflejo de esa política "descentrada, horizontal y rizomática" que impele al homónimo blog colectivo a "expresar un pensamiento lateral en el campo de la cultura contemporánea, esa densidad sumida en el delicioso caos de las contradicciones".

A modo de índice-catálogo y de estratificado anzuelo en corte, detallo a continuación las sugerentes secciones del libro:

1) Humos y Señales (Literatura, textos y ensayos)

2) El sonido de la tierra (Filosofía)

3) Salvajes y alambrados (Humanos en guerra)

4) Flechas en la oscuridad (Asuntos de la realidad)

5) Pensamiento nómade (Reflexiones sobre Arte)

El listado de autores en orden alfabético (dentro del cual me veo casi fuera de foco, pero agradecido y sonriente entre Sasturain y Tabarovsky) es una aldea poblada de cronópicas, simpáticas e interesantes sorpresas:

Humberto Acciarressi - Pedro de Angelis - Edgardo Balduccio - Gabriel Bañez - Sergio Bizzio - Nicolás Casullo - Susana Cella - Oliverio Coelho - Sergio Chejfec - Luis Chitarroni - Silvia Dabul - Luis del Mármol - Ariel Dilon - Daniel Freidemberg - Sergio Gaiteri - Raúl García Luna - Omar Genovese - Mempo Giardinelli - Luis González Bruno - Nicolás González Varela - Daniel Guebel - Juan Diego Incardona - Gabriela Liffschitz - Jean-Marie G. Le Clézio - Ernesto Mallo - Jorge Mayer - Luis Menéndez - Federico Monjeau - Héctor A. Murena - Andi Nachon - Max Nettlau - Gustavo Nielsen - Lucas Oliveira - Inés Pereira - Julio Petrarca - Guillermo Piro - Nicolás Enrique Puente - Elíseo Reclus - Ricardo Rouvier - Leonardo Sai - Juan Sasturain - Miguel P. Soler - Damián Tabarovsky - Maximiliano Tomas - Andrew Vachss - Gianni Vattimo - David Wapner - Horacio Zabaljáuregui.

Es evidente que sobran motivos para ser salvajes...

miércoles, julio 6

Pynchonavegando en régimen turbulento

Traspasé ya la mitad del voluminoso Contraluz del ing. Thomas Pynchon. Vengo armándome un mapa de navegación que utiliza ciertos personajes, a través de sus nombres, como si fuesen estrellas: las boyas más importantes del firmamento y que servían a los navegantes transoceánicos (no hace mucho, soñé con una especie de astrolabio desarmado en pivoteantes piezas de bronce bruñido que, al contrario de los conocidos artefactos de múltiples ruedas, rayos y arábigas inscripciones, más bien parecía un giróscopo de cuatro grados. Uno más que el que detenta los giróscopos de los aviones para la aeronavegación: corazones secretos del vuelo, así como los tubos pivots, órganos sensibles que pueden acarrear el desastre). Hay una común opinión de que el lector experimenta un efecto de desorientación, de desorden, de caos. Sin embargo, a medida que cartografío y sintetizo, uno puede percibir que solo es turbulencia controlada. Tengo la certidumbre de que Pynchon es un colega, un ingeniero aeronáutico, o cuanto menos (espero no producir suspicacias), un ingeniero mecánico. Pero si uno escribe informes técnicos para la Boeing, como lo dice la solapa con el cuadro tachado de Tusquets, es altamente probable que se deba contar con una matrícula profesional aeronáutica y al menos cinco años de experiencia en el rubro. Yo, si fuese un detective salvaje, intentaría acceder y rastrear esa matrícula en el Consejo Profesional (una como la que yo pago aún, año a año), y aunque probablemente Thomas Pynchon ya haya dejado la profesión, no me extrañaría encontrar tras ese número un representante técnico de alguna aeronave o flotilla o pequeña empresa, o a un dueño de un avión privado.

En el monstruo argumental y estilístico de Contraluz (una literatura de izquierda y de derecha trabajando al unísono como el cerebro aún no invadido por el pánico cirrus de un piloto), por ahora aprecio la ductibilidad y la libertad de un tipo que edita lo que quiere, con sus aciertos, sus complejidades y sus riesgos. Un escritor extremo bancado por un editor extremo. Eso es lo más envidiable de Pynchon (al menos para mí): el uso y abuso de los seis grados de libertad que habita como Skip, la centella parlante. A pesar de ser un libro excesivo, a veces moroso y a veces intrépido (veáse los lectobioritmos trazados por Martín Cristal en su blog como ejemplo), es obvio que discurre de una manera controlada y orquestada, casi jazzisticamente (es decir, hay estructura e improvisación habitándola). Es una turbulencia congelada de difícil navegación, pero imbuida de un espíritu juvenil y apasionado.

Hay dos fuerzas primarias en mi lectura (una simplificación, de alguna manera, de ese espectral lectobioritmo que por cada lector es distinto y único, ya que depende de contingencias externas e internas: colectivos y traslados, sueño atrasado, lecturas juveniles y futuras, el peso mayor o menor del ejemplar inmanejable, la traducción agreste, la infame y mezquina dosis de tinta en la impresión editada para empobrecidos lectores de papel): cada vez que aparecen los Chicos del Azar, el libro remonta vuelo, se insufla de aire y levedad, de imaginación y belleza. Cada vez que aparecen los Traverse (salvo Kid, ya que enlaza con los Hazzard Kids), el libro se hunde, se hace de piedra y aletarga, se hace predecible anclado en las entrañas sólidas de la tierra. Dos generos en pugna: el aéreo de la literatura juvenil versus el pedestre del western. Mi lectura es una primera aproximación, envolvente e imprecisa: como toda integración simplificativa de funciones tan irregulares como un lectobioritmo de Cristal.

Como background para mi navegación, me doy cuenta paso a paso como quien reconoce el paisaje de una pesadilla recurrente, me basta por ahora mi gran caja de apuntes de la UTN (que descansa sólida en un armario de la casa de mis viejos). No me extrañaría que Pynchon escriba desde una caja parecida en algún lugar bilocalizado.

viernes, junio 24

Ficción crítica y crítica ficción: De J. L. Borges a Jaime Rest

“(...)la materia verbal sólo puede engendrar ficciones, pero estamos desprovistos de cualquier otro medio que nos facilite la organización de nuestra experiencia.”

Estas palabras pertenecen a El universo de los signos, uno de los cuatro artículos que conforman el libro del ensayista Jaime Rest: El laberinto del universo. Borges y el pensamiento nominalista (recientemente reeditado por Eterna Cadencia Editora). En esta cita se respira un ambiente enrarecido como puede ser el de la metalinguística, ambiente paradojal en el sentido de que todo y parte se coaligan en forma oscilante. Es decir que una misma “materia verbal” comunica y contamina la ficción-crítica de Borges con la crítica-ficción de Rest. Todo parece integrar un mismo discurso donde la ficción, en continua migración, establece una suerte de juego de correspondencias y paradojas que abisman lo que se pretende rescatar de un texto. Es como si el discurso de Borges arrastrara y plegara a la superficie la lectura de Rest. Llegado a este punto, el escrito analítico de Rest parecería haber callado para mí.

¿Qué dice Rest que ya no esté dicho en Borges?

De este sutil resquicio, pasando por otros tres ensayos que le pertenecen y que establecen una traza estilística, intento desplegar la mirada analítica de Jaime Rest, es decir, su voz distintiva dentro de la crítica literaria.

[Este ensayo, haciendo un click, continúa en NACIÓN APACHE]

domingo, junio 19

El sueño de Leonardo

Escultura en cemento de Leonardo J. Soler, realizada durante el período 2010-2011.




viernes, mayo 20

Bolaño: Hacia una teoría de la Incompletitud

El estilo centrífugo de lo inacabado contrapuesto al estilo centrípeto de lo completado hasta la nimiedad.

Pero es muy distinta la incompletitud kafkiana que de la misma manera surge de una "situación" frente a la que sostiene o se adscribe Bolaño. Hay una cuestión de esfuerzo y de quedar exhausto en Kafka. Como si empezase con brío una tarea que no parecía ser eterna, y sin embargo, así resultaba al quinto párrafo.

Es decir, y literalmente, el Desaliento. En cambio, Bolaño es la pirueta, el artista del aire, la demostración de lo posible: "miren mi fuerza, mi capacidad". Lo que se llama una prueba de destreza, un testeo.

Ambos murieron prematuramente, socabados por una enfermedad de cierta lentitud, con lo cual sabían que tenían poco tiempo de vida.

Pensemos en la rapiña del editting necrológico: todo puede "acomodarse" para formar un póstumo. ¿Pero que hay de esa necesidad en vida?

Ver estos tristes esbozos estirando los brazos, pidiendo un crecimiento casi instantáneo, para ser inmovilizados en una edición prematura. Por ejemplo, Kafka, cuando sus amigos le dicen que ya es hora de editar, y termina arreglando con ligero decoro esos trozos trasvasados de su diario para componer su primer librito Contemplación (luego se arrepentiría de esto).

En similar estado debió encontrarse Bolaño: la uregencia de editar en tiempo de descuento.

Entonces, ¿por qué ese esfuerzo sobrehumano, muy repetitivo y poco efectivo, de la parte de los asesinatos en 2666? ¿La sombra de Kafka aquí también? ¿El aburrido apilamiento de sucesos en El Castillo para jamás llegar a destino? ¿La inconclusión como postergación de la muerte, de El Fin?

lunes, mayo 9

Mimetizado en la tangente

Feria del Libro 2011. En el stand de Estación Mandioca, mimetizado entre autores, ilustradores y editores, extraña simbiosis de criaturas del libro. Tomando agradecido un vino que rotaba entre mis dedos sin desbordar de la copa, pescando algún canapé multicolor, casi sintiéndome en una pecera donde los visitantes que orillaban los cordones pretendían una participación como los peces del Botánico las tutucas sobrantes del Zoológico. Y ese día, me contuve en la tangente de la Feria, en ese stand 2554 frente a la entrada de Cerviño, un poco a espaldas del ruido y los remolinos del interior. Aún así, en un borbotón de cámaras y flashes, como periodistas escapados de mi caso, entró el economista Martín Lousteau en fuga mediática. Casi creí verlo tras sus lentes bicolor: por un segundo dudó entre doblar hacia el rojo o hacia el azul. Ni que decirle, que tras los cordones, nos reímos sorprendidos de sus aparición de pop star de las letras y los números, mimetizados en la calidez amarilla de una isla tangencial.