martes, marzo 19

La disolución de Arlequín


El interior verde de los vaporettos se acentúa en la noche y parecen peces abisales con su vientre de cristal de murano, oliváceo como las aguas que ahora son negras, festonadas de reflejos de plata; y la gente se apiña sobre cubierta, de pie y con las manos en los bolsillos, mecidos en el vandeo de la embarcación: ruidosa, prepotente al golpear contra los muelles.

Ese verde, entre el musgo y el oliva, sume a Venecia en su característica atmósfera de sueño líquido.

Ese verde, se imbrica con los ocres erosionados de las fachadas de los edificios: rojo, amarillo, rosa, gris, igual que un Arlequino. Y en el cruce de dos ondas circulares sobre las superficies agitadas de la laguna, descubro la forma de la cuadrícula romboidal que, acaso, haya inspirado la trama arlequinada de las máscaras.

Mi mente empieza a sintetizar formas y colores en una especie de red que intente aquietar a Venecia, descomplejizarla hasta libar la gota más pequeña de una fórmula: donde fuerzas y masas desplieguen todos sus anclajes y fluencias a través del tiempo y el espacio, desde la máscara de Arlequín hasta las figuras que describen las ondas de agua, desde los pilotes invisibles hasta el fondo de los pozos cellados bajo tapas de hierro negro.

Solo así Venecia dejará de confundir y perturbar mi mente. 

Venecia - Febrero 2013